jueves, 20 de noviembre de 2014

La mentira de sal

Esta semana ha sido ajetreada:

El Lunes tuve que viajar a Barcelona. En el Ave todos íbamos por lo mismo: Trabajo, muy específico, tanto que nadie lo entiende fuera de su ámbito... demasiado estrecho.
Los que hablaban con su compañero -o por teléfono- lo hacían con voz autoritaria... todos sabían lo que tenían que hacer (ellos mismos  y el resto de la humanidad). Como esos amigos o familiares que se alzan en jueces morales y nos recriminan lo que está mal.
Por la ventanilla corría el paisaje: con campos de cultivo, ganado y páramos abandonados... Todo iba quedando atrás... excepto nosotros que, a 300 KM/h, no podíamos parar. Como los libros de historia, donde se suceden reyes y gobernantes a ritmos vertiginosos, mientras los agricultores cultivan y los pastores pastorean.

El Viernes, de ocio a Córdoba. Visitamos la Mezquita, una amalgama de culturas sobreponiéndose una a la otra. Y por encima de todas ellas, la clase turista... desde todas las partes del mundo desarrollado.

Así que el Domingo, de vuelta a casa, después de tantas sacudidas, cansados y con demasiadas imágenes y sensaciones en la cabeza: trabajo, transporte, velocidad, turismo, culturas,... Todo parecía ilusorio, irreal: todo en viene y va. Nada perdura, como una mentira que acaba dando paso a otra, en un acelerado fluir, hacia la Nada?

No es de extrañar que Platón buscara la esencia, lo verdadero. Más allá de lo "real", de lo que perciben nuestros sentidos. Y se recreara en ese mundo estático de las ideas, lleno de paz y por el que es posible viajar sin cambiar de lugar (en una especie de psicodelia sin alucinógenos).
Después, el Cristianismo, alcanzó un gran éxito reciclando esas ideas, negando la Naturaleza cambiante y colocando al hombre por encima de la creación. Con un objetivo claro: Eliminar la vida, para llegar a ese Mundo ficticio lleno de entes bellos, vírgenes y alados (en una especie de enajenada carrera hacia el precipicio). Nada de estudio o reflexión. Sólo sometimiento a normas morales enfermizas. Y como paliativo: el arrepentimiento.
En el proceso, fuimos permisivos con las drogas que más atentan contra la vida y la imaginación: Tabaco, alcohol... quemar la vida, avergonzarse, dolor...
Así que, al pensar en cultura occidental, a uno le asalta el frío, la línea recta, los grises, el sacrificio, la culpa, migrañas, represión, perversión... y la doble moral: la de la Naturaleza y la de los libros, los panfletos.

No es solo en la religión o las drogas que toleramos. Esa misma estructura (ideal != real = malestar)  es una constante cultural. La reproducimos en nuestro día a día: Un cielo de ocio, consumo de fin de semana y escapadas a paraísos efímeros, vacíos. Sobre el tapiz de 40 horas, 5 días semanales, de represión y sometimiento. El ideal indiscutible de las clases medio/altas, frente a su realidad obrera, enajenada: Stress, depresión, trastornos de la personalidad, tics, doble moral...

La Naturaleza no cuadra con nuestro ideal cultural. Este desprecia la autonomía de aquella y dedica enormes esfuerzos a someterla, reinventarla, simplificarla... destruirla. Una historia de violencia...

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Ensimismado en el dedo gordo que asomaba por el calcetín roto... No parecía necesario tanto sufrimiento. - Si está roto, está roto. Y ya está! No voy a comprar otro -. En la vida hay muchas cosas bellas, crueles, de todos los colores... y es cierto que también resulta agradable fantasear, crear... Pero querer hacer de la fantasía una realidad... creer en fantasmas, Dioses, la Democracia, el Dinero... es infantil y arrastra al dolor y la insatisfacción... Como este calcetín roto que deja los dedos fríos...

En el televisor comenzaba "El escarabajo verde", hablaban de una empresa en Sallent, que extrae no sé qué porquería del suelo, para fabricar potasa. Las impurezas, lo que no vale, lo van acumulando. Y a lo largo de los años han creado una gran montaña... Una montaña de sal (porque la impureza es sal). El presentador y un representante de la compañía están subidos en esa gran mentira de sal... No lo hacen porque quieran un mundo mejor -o todo lo contrario-. Es por un sal-ario que vendemos nuestra alma y el bien vivir al Dios del sacrificio, por la promesa de un cielo que ya está ocupado por unos pocos y, al que bien mirado, ni deseamos, ni nos interesa entrar.