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miércoles, 6 de enero de 2021

La búsqueda del sentido

Los cielos del amanecer y el anochecer molan... mucho. Si los estás observando es porque has puesto la vida entre paréntesis: nada importa, sólo la mutación de colores en el cielo. Es como un pequeño viaje, unas microvacaciones. Podría ser un rito, una terapia... Los días de no trabajo me gusta madrugar sólo por eso. Es como estar solo ante el universo, como un agente de guardia, mientras todos duermen.

Después, el sol viene apremiando. Hay que moverse.

Así, el resto del día es puro agobio... Es como estar debiendo algo a alguien continuamente, una búsqueda incansable de recompensas al esfuerzo. Un sin sentido: canalizar las pulsiones, ganar dinero, invertirlo, formarse, elegir, acumular experiencias...

 

Antes de la pandemia nos gustaba reunirnos con lxs amigxs. Reservar un día para preparar comida, pasear, fumar, jugar a las cartas... Poner el día entre paréntesis. Tampoco tenía sentido, pero era divertido: "Salir, beber... el rollo de  siempre".
O esperar a la llegada de la noche: cenar, tomar unas copichuelas, jugar futbolín, contar chistes, cantar, bailar...

Para viajar, el sacrificio era más grande. Había que ahorrar, reservar vacaciones... Te servía para justificarte en sociedad, por estar haciendo cosas horribles durante todo el año: madrugar, montarte en transporte público, abusar del café, meter comida en tuppers, pisotear las cabezas de potenciales competidores...

 

El Coronavirus nos ha robado los pequeños placeres comunales que llenaban una parte importante de nuestro tiempo de ocio. Encerrados en nuestras burbujas, distanciados, recelosos...  

Solíamos decirnos que el dinero y las posesiones materiales no eran tan importantes: coches, casas, móvil, tv... Pero toda propiedad privada ha salido potenciada con la pandemia: es mucho más deseable una buena vivienda con vistas al exterior, jardín, piscina... que un piso pequeño; es más seguro desplazarte en nuestro coche que hacerlo en un vagón atestado de posibles contagiados; mejor veranear en tu segunda residencia de la Costa Brava que un hotel lleno de viejos en Benidorm; una tele enorme para sustituir el cine... El capitalismo de consumo refuerza sus posiciones y nos arrebata nuestros lujos de pobre: unas cañas al salir del curro, llevar a lxs niñxs al parque, reuniones familiares, una pachanga...

Quizá antes pensáramos que una vida social plena era posible practicando el ocio en espacios comunes -bares, parques, pistas deportivas...-. Quizá antes pudiéramos llegar a pensar que no era necesario sacrificar tanto por acumular riquezas. 

Las crisis capitalistas de 2008 y anteriores nos enseñaron que el dinero en los bancos se podía devaluar y que, por tanto, era mejor invertirlo. Incluso la vivienda se podía devaluar, así que era mejor diversificar. La lección ha sido siempre que debíamos ser emprendedores e inversores, estar en la cresta de la ola, siempre arriba... Pero también se podía hacer la lectura de estas crisis como infortunios que nos golpean de forma aleatoria, imprevisible e inevitable y que, quizá, resulte mejor vivir al día, ir tirando... Porque no hay valores seguros y no tendría sentido acumular otra cosa que no fueran experiencias -quizá, en el 15M, esta lectura alcanzó relevancia como crítica al sistema-. 

No sé cuántas décadas puede durar la lección de esta pandemia, pero llama la atención que su mensaje case tan bien con el capitalismo de consumo y con un individualismo recalcitrante: -Acumula todo lo que puedas porque, cuando vengan mal dadas, los que tengan una casa grande van a estar más agustito.

 

Cuando Pablo Iglesias se compró un chalet, supuso un duro golpe para muchos de sus votantes... Quizá esperaban algo diferente de este líder: que deseara cosas diferentes a las que deseaban el resto de líderes. Porque sólo alguien con deseos y anhelos opuestos a los de quienes dirigen el sistema -un sistema que acumula riquezas en manos de unos pocos a costa de la miseria de muchos- está en condiciones de llevarnos a un mundo más justo. 

Esta idea del deseo como herramienta transformadora del mundo ya estaba presente en filósofos del siglo pasado, como Deleuze o Lyotard. Y parece que, hoy día, tiene más sentido que nunca. Cuando el consumo vampiriza toda nuestra energía para dejarnos vacíos y solos -en nuestro enorme chalet- ante una pantalla que no para de emitir contenidos que apuntalan el relato de la individualidad.

Quizá sería mejor que existieran la magia, la religión, el destino... Una misión más allá de las pulsiones y los mecanismos de recompensa. Quizá una vida menos atomizadora y agobiante, una vida en común. Nuevos referentes, nuevos imaginarios que rompan con estas dinámicas de sálvese quien pueda -y quien más pueda, que se salve más-.

Al final del túnel hay luz. Canet de Mar, diciembre 2020


Referencias

lunes, 16 de diciembre de 2019

Pesadilla justo antes de Navidad

Todos tenemos algún amigo al que no le gusta la Navidad. Pero a mí, personalmente, me repugna. Me resultan odiosas esas estridentes luces, los días tan cortos, las noches eternas, el apagarse de los apacibles colores del otoño... Y, sobre todo, ese consumismo exacerbado y la sonrisa forzada aparentando felicidad y amor.
En cierto modo, me siento como el Tió -que todos los años para esas fechas metemos en el salón de casa-. Lo había fabricado yo mismo, con un leño de alcornoque al que había acoplado, de forma muy burda, unas patas de encina y una nariz. Mi mujer le había puesto una barretina catalana y, como cara, unos ojos de fieltro y una enorme sonrisa roja. Así que, el leño de alcornoque, siempre estaba sonriendo -como si fuera el Joker a punto de explosionar una bomba en un concurrido mercadillo navideño-.

El fin de semana antes de Nochebuena, solemos visitar Madrid. Una costumbre horrible que habíamos adoptado el año que nació la mayor de nuestras hijas. Además, acudimos a pasear a los lugares más saturados de la ciudad, mientras sugestionamos a las niñas para que sientan admiración por la obscena iluminación y los escaparates.
-¡Oooh! ¡Qué luces tan bonitas!
-¿Te gusta ese juguete? Pues si te portas bien te lo traerán los reyes magos!

El peor momento, sin duda, es visitar Cortylandia. Resulta casi imposible acercarse. Los carros de los niños te golpean las espinillas mientras vendedores de globos y otras chorradas te acosan mostrándole el producto primero a las niñas -para que te fuercen a comprarles-.
Se percibe el malhumor por todas partes: empujones, malas contestaciones, coches tocando el claxon y acelerando para salir del parking... En los alrededores no mejora el panorama: colas kilométricas para comprar lotería, los de la limpieza intentando contener la basura desperdigada por las calles, gente borracha y drogada con absurdos complementos en la cabeza... -Sin alcohol y drogas se hace muy difícil soportar semejante escenario-.

Siempre digo que mi película española favorita es "El día de la bestia". Me encanta la escena en que José María se pone a disparar al aire en la abarrotada calle Preciados, y los integrantes del grupo xenófobo y racista acaban fusilando a los reyes magos - en su intento por cargarse al sacerdote aprendiz de satánico-.


Así que, allí estábamos: de pie, sobrios, resignados, pasmados de frío, con las niñas cogidas sobre nuestros hombros -para que pudieran atisbar algo del teatrillo que montan en la fachada de los grandes almacenes-. Mientras, la pegajosa musiquilla se nos iba clavando como alfileres en lo más profundo del subconsciente -♫♪Cortylandia! Cortilandia!♫♪...-. Días después la seguíamos tarareando... Como una recurrente invocación a Belcebú.

Sí, el nacimiento del Anticristo había de tener lugar allí: en La Meca del consumo, el vórtice donde se materializa y exhibe el producto de la explotación del medio ambiente y el trabajo esclavo globalizado.


Finalmente, conseguimos salir de allí y, el domingo, antes de volver al pueblo, fuimos a comer a un buen restaurante apartado del centro neurálgico. Baños limpios, con toallitas de papel y secamanos de aire caliente, jabón, colonia... Servilletas y mantel de tela, un vaso para el agua y otro para el vino. La verdad que todos los platos estaban, además de bien cuidados, muy finamente elaborados -un auténtico festival para los sentidos-. El vino tinto fluía alegre por las copas y gargantas, la gente reía... Incluso empezaba a ponerse impertinente... Yo no tomaba alcohol -me habían designado como conductor- y la euforia y falta de decoro del resto me impedían disfrutar la comida como debiera.
La comida se prolongó varias horas. Miré nervioso el reloj del celular: no me gusta salir muy tarde, porque son casi tres horas de conducción de Madrid al pueblo. Y, en esas fechas, es temporada de caza -toda nuestra comarca puede considerarse una enorme reserva de caza-. Así que, hay que andar con mil ojos por la carretera: porque es fácil cruzarse con perros perdidos o ciervos y jabalíes asustados.
Nos despedimos apresuradamente mientras nuestra ebria compañía hablaba de ir a Chueca a probar unos gofres con forma de polla -pollofres-.

El viaje de vuelta se me hizo pesadísimo: había comido mucho, estaba cansado, salimos prácticamente de noche y el denso tráfico de la M40 acabó con el poco buen humor que me quedaba. Cuando apenas restaban veinte minutos para llegar al pueblo, comenzamos a escuchar una tos gutural que no auguraba nada bueno. A los pocos segundos, la menor de nuestras hijas se puso a vomitar a borbotones: el olor de las chuches a medio digerir, los llantos, los nervios, el sueño, un coche comiéndonos el culo -en una carretera donde apenas pasa nadie-... La irritación era suprema, como cuando en un concierto se acopla el sonido del micro y el altavoz a la máxima potencia durante varios minutos.

De repente, al salir de un cambio de rasante, las luces de neón parecieron iluminar el trineo de Papá Noel... -¡No puede ser!- Debía estar soñando... Me froté los ojos y volví a mirar con detenimiento ¡Lo que se apareció fue una escena dantesca! Un carro ensangrentado, cargado de ciervos con las cabezas cercenadas era remolcado por siete jabalíes perseguidos por una jauría de perros de presa...
- ¡David! ¡David! ¡Despierta!- Gritaba mi mujer.

¡Vaya! Me había quedado dormido, justo cuando paramos a limpiar el vómito de la niña.
Mientras, el CD seguía reproduciendo el "Villancico del Rey de Extremadura"

"Nooooche de paz,
nooooche de amor.
todos contra todos, me cago en Dios
y del cielo una estrella vendrá:
es un cohete espacial."♪ ♫♪ ♫

domingo, 7 de julio de 2019

La fábula del pastor y el maestro

Escuchaba en la radio a un pastor trashumante hablar de lo exótico, curioso y vocacional de su trabajo. Pero, a pesar de todas las bondades que relataba, deseaba que sus hijos no siguieran sus pasos: -El campo es muy esclavo, hay que estar pendiente de los animales los 365 días del año. Es gratificante y no es excesivamente duro pero no tienes períodos de vacaciones.

Y es que hace tiempo que asumimos que los trabajos han de ser desagradables, que los hacemos para obtener dinero y que, por tanto, necesitamos de tiempo de ocio y evasión. Así que, cuantas menos horas laborables se exijan y cuanto mayor sea el salario, mejor es el puesto (más deseable).


Unos días antes, escuchaba a un maestro deseoso de que llegaran las vacaciones: -Para ir tranquilamente a la piscina, tomar la cervecita, hacer deporte, pasear por la playa...
Es verdad que, comparado con el del pastor trashumante, el trabajo de maestro puede parecer bastante desagradable y, por tanto, es lógico que necesiten de períodos extensos de vacaciones.
Reprimir -o motivar- a las despreocupadas criaturas, condicionarlas y entrenarlas para incorporarlas a la sociedad (mercado de trabajo), además de atender a la extensa burocracia -que emana desde Bruselas hasta materializarse en el plan educativo de un centro- se aparece como el paradigma más absoluto de trabajo enajenado en pro del aparato represor de los estados.

Sin embargo, la mayoría de maestrxs estarían conformes en que sus hijxs siguieran sus pasos: -Es una buena profesión, tienes un salario aceptable, pocas horas semanales, muchas vacaciones y es muy fácil conciliar la vida familiar. El Estado es la empresa más segura del mundo.


En el más loco de los mundos, el pastor, que desempeña una actividad libertaria, vocacional, respetuosa con la tradición y el entorno, desea que sus hijxs no sigan su camino porque quedarían excluidos del sistema capitalista de ocio y consumo -quizá también del sistema de protección y seguridad social, si no consigue los ingresos suficientes-. Mientras que el maestro, el funcionario que trabaja por mantener el orden y el sistema de poder que le da de comer, goza de prestigio social, salario, vacaciones pagadas...
La estricta burocracia a la que se somete a los trabajadores de los estados marca los horarios laborales, los períodos vacacionales, los rangos salariales... En fin, establece los límites entre el trabajo digno y el que no lo es. Y hacen que el trabajo del pastor sea irreconciliable con una vida familiar que transcurra en los cauces de la normalidad que marca el capital -porque podría aceptarse, sin demasiadas objeciones, que los Estados son principalmente herramientas del capital para el intercambio comercial en entornos seguros y para la provisión de mano de obra-.

El pastor quizá no lo sabe, pero es un contraejemplo, un antisistema, forma parte de la resistencia, es un héroe que lucha a contracorriente para demostrar que otro mundo es posible. Y eso es lo que hace duro su trabajo.

El maestro no. El maestro es sólo un engranaje del Estado que hace imposible que el del pastor sea un caso de éxito. Así que no es de extrañar que, desde que Focault popularizara la semejanza entre las cárceles y las escuelas, se haya intentado contrarrestar ese símil desde la lógica capitalista: publicitando una imagen de los colegios más moderna, dinámica, abierta, participativa, democrática, customizable... En la que el conjunto de la sociedad asume la responsabilidad de estar educando su descendencia para sacrificarla en el altar de un mercado laboral elitista y destructivo para con el entorno que nos vio nacer como civilización. Todo sea por la rentabilidad y porque nuestros hijos encuentren un trabajo como el Mercado [de]manda.

Gracias por nada. (1ª imagen: Trasterminancia de rebaño de ovejas merinas negras - Siruela - Noviembre de 2016; 2ª imagen: extraída del perfil de facebook de "El blog del maestro" )

We don't need no education
We don't need no thought control
No dark sarcasm in the classroom
Teacher, leave them kids alone
Hey!, Teacher, leave them kids alone
All in all it's just another brick in the wall
All in all you're just another brick in the wall.
Letra de Another Brick in the Wall - Pink Floyd


"El torturador es un funcionario. 
El dictador es un funcionario.   
Burócratas armados, que pierden su empleo si no cumplen con eficiencia su tarea. 
Eso, y nada más que eso.   
No son monstruos extraordinarios.   
No vamos a regalarles esa grandeza."
Eduardo Galeano, Días y noches de amor y de guerra

miércoles, 8 de mayo de 2019

Del urbanismo totalitario al capitalismo aplicado en el entorno rural

Me encontraba leyendo este post: "Urbanismo y orden". Donde, desde un cierto materialismo histórico, se realiza un análisis de las diferentes fases del desarrollo urbanístico de las ciudades españolas en los dos últimos siglos.
La última fase analizada corresponde a la que ha tenido lugar desde los años 80 a la actualidad. El autor denomina a esta fase "urbanismo totalitario"

"El tercer periodo parte del aislamiento general de la población propiciado por la desaparición del sistema fabril y la generalización de un estilo de vida consumista. El automatismo de la máquina prevalece sobre los demás factores y modela la existencia humana a la vez que todo el funcionamiento del medio urbano, revelando la esencia totalitaria del urbanismo contemporáneo."

Cuando se planifica la organización del territorio -también de pueblos y ciudades- uno intuye que existen intereses por encima de los propios habitantes y su cultura. Que las motivaciones que priman, a la hora de tomar decisiones, tienen más que ver con las formas de organización económica y de poder que con la identidad cultural, el bienestar, la belleza o la voluntad de un pueblo.

En los trazados y distribución de las grandes ciudades, así como en sus edificios, es fácil apreciar la influencia del capitalismo -y sus diferentes fases de desarrollo-. La ciudad es la estructura que da soporte a los intercambios económicos, la distribución del trabajo y a las nuevas formas de ocio.
Por ejemplo, los centros de las ciudades, se han transformado en atractivos turísticos repletos de bares, restaurantes y tiendas de souvenirs. El resto de actividad se ha segregado en barrios: de oficinas, dormitorio... O se ha trasladado a las periferias: centros comerciales, parques empresariales e industriales, universidades, chabolas, vías de tren, autopistas... Una extensa red en la que se ven apremiados a vivir millones de personas.

Vista aérea de l'Eixample de Barcelona. Imagen extraída del sitio web http://todosobrebarcelona.com/la-historia-eixample-plan-cerda/eixample2014/

Pero en la ciudad también hay lugar para actividades al margen del mercado: zonas verdes para sacar a pasear las mascotas y disfrutar de un paréntesis de paz, algún columpio o tobogán para que los niños chillen y correteen... Mejor en sitios discretos o alejados: los negocios son una cosa y vivir otra muy distinta.
Los centros han de ser lujosos, limpios, ordenados, seguros, pintorescos e impersonales. Un lugar de tránsito para el intercambio económico que, a la vez, resulte agradable y accesible al visitante extranjero.
Así que, desde las instancias más altas del poder, se insta a administraciones y ayuntamientos para que inviertan, remodelen... Para que limpien de malezas los caminos por los que transitan comerciantes y turistas.


Ahora es muy común reparar en que niños y niñas no juegan en la calle. Y lo achacamos a los nuevos dispositivos electrónicos que les encierran en su individualidad. Pero tampoco los adultos salimos a pasear, o a sentarnos en un banco "al fresco", para charlar de forma espontánea. Nos justificamos afirmando que el vehículo privado se apoderó de las calles y plazas, haciendo del espacio público un lugar peligroso para los humanos.
La tecnología del motor de combustión modeló nuestro comportamiento y nuestros pueblos y ciudades durante el último siglo. Ahora lo hacen también las tecnologías de la información y la comunicación.

Las ciudades se han convertido en un hervidero que no deja espacio para el aburrimiento y que, además, nos anima insistentemente a conseguir cada vez más dinero -para mudarnos a zonas más prósperas, optar a servicios de mayor calidad y acceder a una más amplia oferta cultural y de ocio-. Como respuesta a esta falta de tranquilidad nos hemos vuelto más individualistas y competitivos.
Somos conscientes de que existe una extrema desigualdad entre  personas, que la fortuna depende mucho del barrio de procedencia. Desconfiamos, porque no queremos perder nuestro privilegio. Y, en lugar de ir hacia sistemas más justos, invertimos en seguridad y tecnología: iluminación nocturna, alarmas, cámaras, medios de transporte, policía, ejércitos... En todas aquellas medidas que ahondan la zanja que nos protege y separa de los otros.

"Los lugares abiertos como plazas, calles, portales, escaleras, jardines, aparcamientos, etc., se han vuelto tierra de nadie. En ese cocooning popular el discurso securitario se impone. Una parte de la población se siente desprotegida frente a la otra parte y reclama el control policial de esa zona intermedia."

***************

Me vino a la mente una imagen...
Plaza de España (patio de armas) de Herrera del Duque. Jura de bandera de personal civil - Septiembre de 2017 (foto extraída del perfil público del ayuntamiento de la localidad)

Este desfile militar. En la plaza de España de mi pueblo, que tuvo lugar unos meses después de su última remodelación. El casposo acto tenía como eje central un besa bandera por parte de población civil.
En Catalunya estaban a punto de celebrar su referéndum por la independencia y, en el resto del Estado, proliferaban este tipo de rancias manifestaciones de exaltación patriótica.

A pesar de la similitud que guarda con un patio de armas, la reforma ha dejado una plaza muy digna y moderna -antes era una gran rotonda asediada por coches mal aparcados-.
Ambas reformas -la que la convirtió en rotonda y la que la hizo tomar la apariencia de patio de armas- se ejecutaron dentro de la época que hemos llamado "urbanismo totalitario".

Plaza de España (rotonda) de Herrera del Duque - Mayo de 2013 (Foto tomada por deividiten)

Y con los soldados tomando la plaza, podría pensarse que lo de "totalitario" viene de otras épocas -de la dictadura del militar golpista-. Pero, en cierto modo, nuestras democracias no dejan de ser un tanto totalitarias. Un totalitarismo fugaz, que hay que convalidar cada 4 años.

Así, la plaza del pueblo se ha reafirmado como lugar de tránsito -con el coche como protagonista en su etapa de rotonda, o con el peatón en su etapa de patio de armas-. Muy apropiada para el turismo, los pomposos actos institucionales y celebraciones multitudinarias. Pero un lugar inhóspito para los vecinos: en el que deben permanecer dispersos, buscando la sombra o eludiendo las corrientes de aire. En definitiva, un lugar complaciente con el capital, donde puedes ir  a sacar dinero en el cajero automático, hacer gestiones en correos, tomar o picar algo en el bar y abandonar ágilmente el lugar para atender el resto de tus obligaciones.
Porque estar tranquilamente sentado en el mobiliario urbano, con tus vecinos, no mueve la economía. Y, además, ¿Quién iba a querer algo así? Habiendo TV e Internet.

"[...] el urbanismo totalitario actual, que planifica a lo grande, cambia la identidad de las ciudades como de traje [...] Las nuevas edificaciones transfieren a la ciudadanía la experiencia de una soledad extrema. A fuerza de encontrarse en todas partes constituyendo no lugares, fijan la identidad del poder global, mostrando su barbarie [...]"

miércoles, 31 de octubre de 2018

Del revelado creativo a la construcción de imágenes de una realidad ideal


En nuestro post anterior, centramos el análisis en lo que puede llamarse fotografía canónica y sus dos principales facetas: la documental y la pictórica. Poniendo especial énfasis en lo pictórico, que resulta lo más relevante en un análisis estético de la fotografía, y es lo que permite enmarcar la fotografía dentro del concepto de arte actual. Aunque no conviene perder de vista el carácter documental, en cuanto a reproducción de las cosas y ese halo de constatación de la realidad que confiere a las fotos.


De la fotografía canónica a las Bellas Artes
 
Hemos visto que la fotografía canónica ya dispone de un gran abanico de posibilidades a la hora de capturar imágenes de forma creativa, ensalzando ciertos valores estéticos: belleza, dramatismo, realismo, ensoñación…
Esto nos lleva a un tipo de fotografía que se aleja un tanto de la fotografía documental. Esta última es la que estamos más acostumbrados a observar en los medios de comunicación de masas: periódicos y televisión. Ya que, a los medios, les conviene presentar sus contenidos bajo la apariencia del realismo y la imparcialidad.
Pero, la fotografía en que vamos a poner el foco, concentra su valor en lo estético. Se aleja del canon de lo documental y empieza a reflejar una cierta intencionalidad del fotógrafo y una cierta sacudida en la sensibilidad o estados de consciencia de los receptores. 

Estaríamos hablando de lo que ha venido en llamarse “fotografía de Bellas Artes3. Que abre el abanico de posibilidades de la fotografía: jugando con efectos de la toma de imagen, o del revelado, que habitualmente se consideran fallos en la fotografía (subexposiciones, desenfocados, tiempos de exposición no adecuados para objetos en movimiento, saturación de los colores...).
En este punto, puede que el fotógrafo se sienta más cercano al pintor. Utilizando categorías estéticas más propias de la pintura, para conseguir la foto deseada: armonía de colores, contrastes de luces, dramatismo, suavidad, ensoñación...
Pero, aún aquí, tiene unos límites y reglas claras a las que atenerse. Reglas restringidas a lo que se puede conseguir de forma mecánica con la cámara y las técnicas de revelado tradicionales. Reglas que hacen que la fotografía sea claramente diferenciable de una imagen pintada manualmente.


La fotografía y la producción en serie

En su libro "La cámara lúcida" Roland Barthes hace un desarrollo muy interesante de lo que denomina el “studium” en la fotografía.
[...]la aplicación a una cosa, el gusto por alguien, una suerte de dedicación general, ciertamente afanosa, pero sin agudeza especial1
Y lo enfrenta al “punctum”
[…] ese azar que en ella [la fotografía] me despunta (pero que también me lastima, me punza)2

Con las cámaras actuales es posible realizar millones de fotos. No sería difícil que alguien, con un poco de suerte, pudiera hacer una buena foto sin tener ningún tipo de pretensión artística. Y no habría forma de diferenciar esa foto de la realizada por un profesional. No es difícil que un profesional realice millones de buenas fotos a lo largo de su carrera. Así que, no es de extrañar que Barthes se preocupe por encontrar un criterio que le ayude a centrar su atención en un puñado de fotos. 
Esto no deja de ser un asunto relevante hoy día, dado el número creciente de imágenes con que los medios de comunicación nos inundan a diario, arrojándonos al borde de la sobreestimulación.


Carencias técnicas y alteración de la realidad

La fotografía tiene una serie de carencias técnicas que hacen que los resultados no sean tan buenos como lo que es posible percibir a simple vista. Así que, han empezado a surgir numerosos procesos para conseguir suplirlas. Por ejemplo las “imágenes de alto rango dinámico” o ARD (High Dynamic Range en inglés, o HDR)4, donde se superponen diferentes imágenes para conseguir una con mayor detalle, tanto en las zonas muy iluminadas como en las oscuras. El resultado es una fotografía “extraña”, quizá parecida a un cuadro hiperrealista. 
Ya son varios siglos conviviendo con las fotografías, con lo que nos hemos acostumbrado a esas carencias y, cuando nos presentan este tipo de imágenes, sentimos una especie de admiración y rechazo a la vez: admiración porque resultan imágenes impactantes, con gran profusión de detalles; y rechazo porque intuimos que hay algo falso, retocado.

Los programas informáticos utilizados para estos tratamientos de mejora de la imagen permiten, además de corregir las carencias propias de la tecnología de captura, corregir también las carencias de la realidad: eliminar un cable de la electricidad que no “debería” estar; estilizar la silueta de las modelos; ensalzar el color de los ojos; eliminar al mendigo de la puerta de la iglesia… Consiguiendo imágenes realmente impactantes, que llamen nuestra atención, aunque solo sea durante los pocos segundos que necesita el publicista. Ya no es necesario ir observando imágenes de forma metódica en busca de ese “punctum” que nos conmueva. Las imágenes son afiladas utilizando diferentes técnicas psicológicas y se nos arrojan en los momentos que determinan las estadísticas y necesidades del mercado como más efectivos (de activos buscadores de tesoros, hemos pasado a consumidores pasivos de un exceso de imágenes que nos abruma).


Convergencia entre la fotografía y el arte digital

Las imágenes retocadas se parecen cada vez más a las creadas enteramente por ordenador, sobre todo para películas y videojuegos. Muchas de las películas actuales transcurren en escenarios totalmente virtuales donde, más que corregir los “defectos” de la realidad o de las cámaras, es necesario introducirlos para que parezcan más creíbles. Y, donde actores de carne y hueso, interactúan con personajes digitales. Películas que llegan a todos los públicos: Space Jam, Batman, Avatar...

Así que, por un lado, tenemos imágenes fotográficas que, con diferentes técnicas de procesado y retoque, intentan “mostrar” una realidad más ideal (creo que, llegados a este punto, ya no podemos hablar de “capturar” la imagen, porque el fotógrafo se ha convertido más un “hacedor de imágenes”). Y por otro, tenemos imágenes enteramente creadas por ordenador, que pueden ajustarse a cualquier modelo, también al de esa realidad ideal.

Cabría preguntarse quién o qué configura ese ideal al que convergen la fotografía y el arte digital. ¿Qué aspectos son los que molestan de la realidad y cuáles son aquellos que se quieren potenciar?


La especialización y el consumo

Por otro lado, ha ocurrido que, con el avance tecnología fotográfica y los diferentes usos recibidos, han surgido numerosos ámbitos especializados de la fotografía. Bien porque requieran unos equipos y habilidades muy específicas (objetivos, iluminación); o bien, por el tipo de medios de difusión al que van dirigidos.
Esta especialización, delimita en el plano económico el ámbito de los “aficionados” (con equipamientos más baratos) frente al de los “profesionales” (con equipos caros y específicos en continua evolución). Una especialización que se amolda como un guante a las dinámicas del capitalismo de consumo y a su división en sectores de mercado.
Un mercado que no para de ofrecernos nuevos complementos mientras nos mantiene expectantes a sus novedades:
Si ilusión es el «concepto, imagen, representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por engaño de los sentidos» (RAE) entonces con esta ilusión reaccionamos también ante las novedades tecnológicas que nos entregan periódicamente otros magos (de la tecnología) y reyes (de la economía).5

Como ámbitos especializados de la fotografía, cabe destacar: el fotoperiodismo, las fotografía de naturaleza, deportiva... Fotografías demandadas por medios de comunicación que requieren equipos caros (teleobjetivos, rapidez de obturación...) y unas habilidades técnicas muy desarrolladas, tanto para manejar los equipos, como para provocar las situaciones deseadas, o encontrar el lugar exacto donde esas situaciones ocurrirán.
El retrato tiene también una gran importancia. Siempre la ha tenido, desde los primeros daguerrotipos hasta la actualidad. Tanto en el ámbito de lo personal como en el de los grandes medios de comunicación y el arte. Quizá por esa fascinación que nos causa observar los efectos del tiempo sobre nuestra apariencia física, o nuestra indumentaria. En cualquier reportaje monográfico, o entrevista a un personaje, es necesaria la fotografía. Si no, pareciera que nos estuvieran ocultando algo.

Cabría preguntarse porque estamos tan familiarizados con este tipo de fotografías, y porqué se exhiben en los medios. ¿Quizá porque no cuestionan ni comprometen nuestro estilo de vida?


Añoranza de tiempos pasados y el arte como reducto aislado

Lejos queda el tipo de fotografía más populares del siglo pasado, que contraponían conflictos bélicos, ambientes marginales y hambrunas a nuevas arquitecturas y lujos de clases adineradas. Una fotografía que combinaba lo pictórico y lo documental, que buscaba sacudir las conciencias de los espectadores. Muchos de cuyos autores menciona Susan Sontag en su libro “Sobre la fotografía”: Walt Whitman, Diane Arbus, Felix Greene…
Una época, aquella, en que el arte de la fotografía acumulaba su negatividad retratando la marginalidad, lo bizarro, lo absurdo, lo ambiguo… Y los reporteros de los grandes medios aprovechaban sus circunstancias para invertir tiempo en sus proyectos artísticos personales. De forma que existía un cierto trasvase de esa negatividad del arte fotográfico a la realidad que reflejaban los medios de masas.

Ciertamente, la del siglo pasado, resulta un tipo de fotografía que podríamos relacionar con lo que este arte tiene de repertorial (como lo describe Jordi Claramonte en “La república de los fines”). Y que hoy puede tener sentido en los circuitos en que ha quedado recluido el arte, pero que difícilmente puede alcanzar relevancia en las dinámicas de consumo autocomplaciente en que nos encontramos inmersos.

En términos de construcción política, podemos asignarle al nivel de lo repertorial el claro objetivo de vindicar la existencia y la resistencia de una multitud de formas de organización de la percepción, la temporalidad, las relaciones sociales, los materiales, una multitud de modos de relación en suma que el capitalismo globalizado puede querer suprimir por falta de rentabilidad o de conexión con las lógicas del mercado.6

Embalse de García Sola (Puerto Peña) - Septiembre 2017. Foto construída con varias superposiciones de imágenes con diferentes exposiciones

Referencias:

1 Roland Barthes y Joaquim Sala-Sanahuja, La cámara lúcida: nota sobre la fotografía (Barcelona: Paidós, 2007), 64.
2 Barthes y Sala-Sanahuja, 65.
3 «Fotografía de Bellas Artes», Wikipedia, la enciclopedia libre, 20 de mayo de 2018, https://es.wikipedia.org/w/index.php?title=Fotografía_de_Bellas_Artes&oldid=107995795.
4 «Imágenes de alto rango dinámico», Wikipedia, la enciclopedia libre, 30 de junio de 2018, https://es.wikipedia.org/w/index.php?title=Imágenes_de_alto_rango_dinámico&oldid=109034207.
5 Bez, «Nuestros Reyes Magos», Bez.es, 7 de enero de 2017, https://www.bez.es/937310832/Nuestros-Reyes-Magos.html.
6 Jordi Claramonte, La república de los fines: contribución a una crítica de la autonomía del arte y la sensibilidad (Murcia: CENDEAC, 2011), 224.

viernes, 29 de diciembre de 2017

Roma, matanza, caza y barbarie en Captain Fantastic

Ir a Roma en viaje de ida y vuelta es casi imposible... ha de ser en vuelo de no retorno. Porque hay que ir volando: no estamos para perder el tiempo en largos trayectos, hay que llegar al punto exacto, al lío, al meollo. Y, aunque vuelvas, ya no serás el mismo, no podrás mirar a tu alrededor sin el peso de la historia.
Roma es la cuna de muchas de nuestras instituciones, creencias, técnicas... todavía hoy se habla de "derecho romano", "vía romana", "romana" (instrumento para pesar).... Y es que desde Roma llegó a administrarse un gran imperio (en una época en la que no eran tan comunes los imperios).

Pero sobre todo, es la cuna de la iglesia católica, de toda su estructura jerárquica y administrativa. Y los símbolos cristianos se encuentran esparcidos por toda la ciudad. Símbolos vivos y vigentes (levantados y restaurados sobre otros símbolos, no tan vivos, mutados).

No tienen los romanos fama de grandes pensadores o estetas... se les atribuye un carácter eminentemente práctico: copiaban y sintetizaban, de aquí y allá. Así que, al visitar la ciudad, se dispara la autoconciencia de la cantidad de estratos en los que se apoya nuestra civilización, nuestro mundo conocido y vivido. Curiosamente, resultan estratos de dominación, violencia, oportunismo (ya nos viene de antiguo la tendencia elitista)
Al ver sus grandes obras de ingeniería, esculturas y restos de arte... uno se siente pequeño, bárbaro, inculto, débil... Toda esa amalgama ha debido influir en los artistas e ingenieros posteriores (sus predecesores habían dejado el listón muy alto). Afortunadamente, los tiempos han cambiado y ya no estamos interesados en que las cosas duren eternamente (podemos dejar un registro digital); la violencia preferimos dejarla al margen (en las orillas que separan el primer mundo del resto del Mundo); en cambio lo práctico, lo eficiente, sí que sigue de actualidad.

Por eso estaba interesado en el arte Moderno y Contemporáneo de la ciudad, intuía que debía de ser diferente al de otros lugares. A pesar de lo globalizado, del turismo de masas, de la comunicación instantánea, de la mercantilización del arte, de la influencia de Hollywood... Así que visité La galería nacional de arte moderno de Roma ¿Qué más podía hacer un marginal hombre rural?
"Orfeo solitario", Giorgio de Chirico — en Museo Carlo Bilotti (Roma)

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Salchichones y chorizos - Matanza 2017

Soy muy fan de la matanza -la matanza de los cerdos-. Es con diferencia el mejor de los acontecimientos de la Navidad -solemos aprovechar esas fechas, en que estamos de vacaciones, para realizar tan sangrienta actividad- . En mi casa se vive como una fiesta, nos juntamos bastante gente. Y es que matar un cerdo no es cosa que puedas hacer en solitario: es un animal muy grande. Aprovechar toda esa carne lleva mucho trabajo: preparar la calabaza para las morcillas, matar los cerdos, quitarles la sangre, quemar, raspar, rajar, sacar y lavar tripas, separar las mantecas, colgar (para que se enfríen), descuartizar, separar lo magro de lo gordo, especiar, embutir, salar, secar...
Es algo de otro tiempo, una frikada. Como también lo es la familia de "Captain fantastic": con sus extraordinarios conocimientos y habilidades de supervivencia. Alienígenas en nuestra sociedad de consumo, urbana, virtual, globalizada...
La película de Captain fantastic comienza con el hijo mayor acechando y matando un ciervo, con la sola ayuda de un cuchillo. Un rito de iniciación en el que participa toda la familia. Algo muy tribal y fácil de entender: para comer hay que cazar. Aunque, en nuestra sociedad actual es algo totalmente incomprensible, ajeno. Porque la comida la produce el sector primario y para disfrutarla sólo hay que pagarla. La carne ya viene procesada: en trozos, limpia de sangre, plumas, piel y vísceras. No tiene nada que ver con los animales de los que procede, está totalmente disociada, en otra esfera.
La matanza es un rito mucho más complejo que la caza. No se mata cualquier cerdo, queremos cerdos que cumplan ciertos cánones: que hayan llevado determinada alimentación, que estén sanos, que no sean muy viejos, ni muy sebosos... Aunque del cerdo se pueden elaborar gran cantidad de productos, y cada familia elige según sus necesidades y gustos: hay quien sólo guarda lomos y solomillos y el resto lo pica para embutir. Otros prefieren dejar jamones y paletas para secar. Algunos hacen la morcilla de patata, otros de calabaza, también hay quien prefiere hacerlo todo trozos y meterlo en el congelador.

En la península Ibérica, se dice que cobra importancia en el medievo, para reafirmarse los cristianos viejos. Si tenía o no carácter religioso, ha quedado diluido en nuestras sociedades laicas, agnósticas.
Tal como se vive en mi familia, tiene más que ver con el paganismo, con lo Dionisíaco: muerte, sangre, vino, alcohol, carne, brasas, excesos... Un rito en el que participa toda la familia (extensa), y donde todos los miembros tienen su papel: los jóvenes y fuertes, los ancianos, los que cocinan e incluso los niños que juegan.

En cualquier caso, si uno se mira dentro del contexto de occidente actual, acaba por sentirse al margen: no tiene sentido que una familia realice las labores de carnicero, cría, matarife... En una sociedad donde prima la especialización, en áreas muy concretas, que poco o nada tienen que ver con la supervivencia y la alimentación. Tampoco se puede ver como un ocio al uso, ya que excluye los objetos de mercado.
A menudo, incluso, dudamos de la legalidad de la práctica y preferimos no darle mucha publicidad. Nos escondemos, como Ben Cash, con nuestras familias, dejando de lado una sociedad que nos empuja a adquirir objetos que no necesitamos, actividades que no nos llenan y un modo de vida destructivo (con todo aquello que, no hace tanto tiempo, era nuestro medio natural de vida)
Escultura de cerda en los museos vaticanos

Seguramente uno podría ir a Roma a buscar antecedentes de la matanza del cerdo, a reencontrarse con sus orígenes. Y por sus calles encontraría: embutidos, cecinas y representaciones artísticas, con el cerdo como protagonista.
También encontraría referencias a la caza, en los restos de la Roma clásica, donde había dejado de ser una necesidad (para una parte importante de la población). Pero donde todavía la Naturaleza no era algo que había que defender y proteger sino que mantenía su carácter de amenaza y peligro.

miércoles, 16 de marzo de 2016

Costumbrismo de finales de invierno y documentales de la 2

Te levantas cualquier día de finales de invierno. Es temprano, justo asoman los primeros rayos de Sol tras la lejana sierra. Huele a humo de leña  y pan recién horneado. Llegas a la panadería de la Cooperativa. Intercambias unas palabras con el personal, que conoces de toda la vida (aunque sólo sea de forma somera). Vuelves a casa, a desayunar unas tostadas con ajo, tomate, aceite de oliva virgen extra y embutido de la última matanza (o quizá jamón de la de hace cuatro).
Son las 9:00 AM y te pones a currar. Ha llovido en las últimas semanas. Desde la ventana, la hierva está verde y salpicada de florecillas. Las mimosas y almendros lucen ya atuendo de primavera, amarillo o blanco tirando a rosa, respectivamente. Las cigüeñas vuelan ajetreadas buscando alimentos y materiales para su nido. Las primeras golondrinas han llegado y, en las zonas fluviales, los patos levantan el vuelo al menor ruido.
Las hogueras salpican la montaña del Castillo: Son los olivareros quemando el "ramón". En los llanos, los tractores hunden el arado en la tierra, ahora que está húmeda y tierna. Los hortelanos inician la siembra de las patatas. Los cazadores se preparan para enfundar sus armas y dejar que los animales procreen.
Los días son más luminosos, las tardes se alargan y todos anhelan y disfrutan la puesta de sol, el reposo del guerrero...

Cigüeñas reposando sobre un trifásico poste de la electricidad. Herrera del Duque 17 de Marzo de 2016


Los pequeños detalles de lo cotidiano, de una vida rural. De una vida conectada con la Naturaleza, aunque solo sea como telón de fondo, como eso que se da por hecho, que siempre está ahí, como fuente inagotable de recursos...

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Con una similar mirada costumbrista al pueblo de Villafáfila comienza este documental de "El Escarabajo Verde": con el planteamiento de que toda vida transcurre en un espacio físico y un tiempo, en un entorno. Y, el entorno, puede ser rural, natural, bello, divertido... Y aburrido también, con un aburrimiento relajado, tranquilo, espacioso, creativo. Porque no puede uno estar continuamente asombrándose de lo que le rodea, acosado por estímulos cada vez más fuertes?

Así, el Escarabajo Verde, primero nos revela algo de lo que no estábamos siendo conscientes, aplicando la lupa y el microscopio a las pequeñas cosas de lo cotidiano, ensalzando lo que de exclusivo tienen respecto a lo global y uniformado de las sociedades occidentales.
Una vez establecidas las premisas, se hace necesario formular la inferencia: otorgar una intención, una moraleja, una proyección hacia el futuro, hacia los futuros posibles:
Plenamente conscientes del amor a Villafáfila y el entorno que la rodea, llega el momento de preguntarse  si ¿De verdad deseamos dejar todo esto desaparecer (abandonar, urbanizar, tecnificar)?
Durante la primera parte del documental hemos paseado por sus calles, conocido sus vecinos, su entorno y su relación mutua. Así que, ahora forma parte de nuestra vivencia (como espectadores) y, por supuesto, de las vivencias de sus habitantes, padres, ancestros... Todo podría quedar transformado y olvidado a cambio de una cierta idea de progreso. "Por un puñado de dólares": los que van buscando los jóvenes a las grandes ciudades.
El éxodo rural de los jóvenes se ve acompasado por cambios en el entorno de Villafáfila. Y es que, las observaciones sistemáticas de las aves migratorias que pasan el invierno en las lagunas cercanas, revelan que está disminuyendo su número y que, además, están cambiando sus costumbres. Probablemente, debido al calentamiento global y al desplazamiento de las zonas cálidas más al Norte.

El calentamiento global es una consecuencia colateral de nuestra forma de dominar y someter el Medio, de nuestro macro-comportamiento (el del espectador, el del documentalista, los habitantes de Villafáfila y el resto del mundo desarrollado hacinado en grandes núcleos urbanos). Así que, es algo que depende de todos: de un estilo de vida basado en el comprar, usar, tirar y de un anhelo egoísta e infantil de continuo crecimiento.

Seguramente no queramos ver desaparecer Villafáfila, pero nos vemos abocados a ello. Porque lo malo de las decisiones que requieren de la implicación de la sociedad global es que: llevarlas acabo no depende de si el motivo para el cambio es cierto o falso, si está científicamente testado o no, si es técnicamente viable o no... Es necesario construir una cultura, un sistema de creencias (mitología) que avalen, que permitan un comportamiento público conservacionista sin ser tachado de loco o idealista.

lunes, 28 de diciembre de 2015

Crazy cow y la Navidad como política de tierra quemada

Este final de año está siendo movidito: todos queremos cerrar cosas, para que no nos persigan y poder así comenzar nuevos proyectos... A mí no me gusta cerrar, me gusta que todo siga evolucionando, en la dirección de los nuevos intereses y vivencias que se solapan unos sobre otras, tejiendo la urdimbre que dé sentido a este fluir de días y estaciones.

Pasaron las elecciones, yo soy muy disciplinado, siempre voy a votar. Esta vez no lo tenía claro: Entre lo útil, lo que marca el deber, los nuevos partidos... Está bien lo de que haya variedad. Está mal ser pasivo en política... pero el trabajo, los hijos, la especialización... Al final uno hace acto de fe de los brindis al sol de los diferentes partidos y les cede el voto. Con la esperanza de que ninguno obtenga verdadero poder y nos lo devuelvan con proyectos o prohibiciones absurdas. Con la autoridad que les da la confianza depositada en la urna (un poco a la ligera, un poco eligiendo lo menos malo). Porque, después de todo, no participas, y por tanto, tu opinión y creencias no están realmente reflejadas en ningún programa.
Es por eso que cultivo un cierto odio hacia el Estado: Una institución impuesta, fuera del control del pueblo y que actúa como órgano represor del mismo. Donde algunos individuos ambiciosos desarrollan sus ansias de poder, reconocimiento y dinero. Así que, si a un político le pegan un puñetazo por la calle, me sonrío. No me alegra la muerte de nadie, y si matan a un policía, un militar... lamento la muerte del individuo (de la persona que hay detrás del uniforme), pero no lamento el ataque a la institución, a la bandera que representen. Es la visión del Estado como el enemigo de la Patria, el enemigo de las clases trabajadoras, de los que realmente se sienten vinculados al territorio. Como aparato represor del pueblo, como educador de piezas que encajen en el sistema global de consumo. Una herramienta en manos del capitalismo, que no deja de ser una forma de esclavitud. Esclavitud justificada por el rendimiento y una cierta idea de progreso, forjada esta última por las clases dominantes de un mundo globalizado (gentes que habitan en ningún lugar).



La Navidad me pone siempre en contra del mundo... Los excesos de comida, bebida, drogas, compras... Es un espíritu ciertamente autodestructivo, autolesivo, adolescente. Es como jugar en el barro... al principio es divertido, y algunas manchas salpican la ropa... pero al final todo da igual! Te tiras y te dejas llevar hasta que todo pasa...  Lo mejor es no recordar, como un momento de enajenación que sabes volverá cada 25 de Diciembre. Los griegos de la Antigüedad también organizaban sus bacanales y orgías, de cuando en cuando. Ahora, estas orgías, son orgías capitalistas. Pero las pulsiones sexuales se mantienen reprimidas. No deja de ser una sublimación: el sexo por las compras. Comprar, regalar, gastar... ¡Para algo deben servir las 40 horas, 5 días a la semana!
A los niños les decimos que vienen los Reyes Magos, de Oriente (los reyes moros). Que les traen regalos. No sé, tal vez no me fijo mucho, pero aparte de ver a niños que quieren lo que otro niño tiene, no veo un interés por los regalos (a menos que se los muestres de forma recurrente en la televisión o cualquier otro medio). No son regalos para ser correspondido, para establecer nuevos vínculos o reforzar los existentes, son los regalos que nos otorga el dinero, que tanto sacrificio cuesta obtener. Poco importa si los niños creen que los traen los Reyes, Santa Claus o el Tió, se trata de hacerles partícipes de la tradición y de su repetición.

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En Navidad siempre habla el Rey, con un discurso sereno, sensato, general, para todo el mundo. Un ente anacrónico hablando de la actualidad, con pompa y boato. Todos sabemos que es como el Rockefeller de Jose Luis Moreno: un títere que mueve la boca porque "alguien" le mete la mano por el culo. Un "alguien" que quiere que todo siga igual: que Europa sea una gran potencia, mientras gente sin hogar duerme en la calle, toxicómanos son encerrados en cárceles, "enemigos" bombardeados en lejanos países, selvas arrasadas por el progreso y langostas y bogavantes esquilmados para adornar nuestra mesa...

Supongo que nos consolamos con la idea de cambiar el sistema desde dentro... pero la corriente nos envuelve y nos arrastra.

sábado, 25 de mayo de 2013

Publicidad -subliminal- Propaganda y pasividad como idea de Mal: de Aristóteles a Kant.

Viendo el último programa de La Noche Temática acerca de la publicidad y la publicidad subliminal, en ocasiones se sugería la idea de que esta última era ilegal. Pero a mí no me interesaba entrar en temas legales, me quedé un paso por detrás, preguntándome: ¿Por qué está mal (moralmente) la publicidad subliminal y otros tipos de publicidad no?
Todos sabemos que la publicidad -normal y corriente- no refleja la realidad, que se hinchan los virtudes del producto para convencer, confundir, atraer, seducir... que tiene algo de inmoral.

La publicidad engañosa es universalmente reconocida como algo malo, incluso ilegal; sobre todo en productos que interfieren en la salud.  No se puede decir que un producto es saludable si está hecho a base de grasas saturadas y azúcares refinados -aunque le añadas trazas de leche y lo pintes de verde-; o anunciar pastillas adelgazantes sin nombrar las contraindicaciones.

Luego está la publicidad perversa: Que no es ilegal, pero podría herir el buen gusto o la moral de la sociedad, o de ciertos colectivos. Por ejemplo publicitar coches potentes con mujeres despampanantes, o todo-terrenos con niños superseguros y supercómodos en sus sillitas... Aunque lo que anuncias es un coche, no una chica fácil o una familia unida.

Yo siempre he tenido la intuición de que la publicidad es mala, veneno...  Que hace mucho tiempo que superó su función original: Informar a los posibles interesados de la existencia de un producto o servicio. Y, como muchas de las cosas que se han pervertido en esta sociedad de consumo, la clave parece estar en la pasividad del destinatario.
Hoy día, con Internet, tenemos la oportunidad de ser activos en la búsqueda de información, de los productos que estamos interesados en comprar, incluso de participar en debates sobre política. Pero nada de eso ocurre en la realidad, o al menos a nivel de masas. Al contrario, la masa sigue siendo pasiva, se sienta delante de la tele o del ordenador a engullir lo que los mismos grupos de poder de siempre ofrecen. La publicidad acaba siendo propaganda, propaganda de un estilo de vida y de las tendencias predominantes. Y la propaganda es agresiva, lo inunda todo, es imposible eludirla. Los que se dedican a incrementar su efectividad son verdaderos acróbatas, que deben captar la atención del consumidor durante los breves segundos que éste es capaz de fijarla en algo.


Me planteé usar el "uno dos" de la filosofía (Aristóteles Kant) para, desde el punto de vista de otros autores, poder valorar moralmente la publicidad.

Kant sostiene que hay que obrar según el Deber. Y, para ayudarnos a dilucidar cuál es nuestro deber en cada ocasión, redactó sus imperativos categóricos. Según una de sus formulaciones -"Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin, y nunca sólo como un medio"- resulta muy difícil argumentar la bondad de la publicidad. La publicidad la hacen unos colectivos dirigida contra otros (sectores de mercado), con lo que en su mismo origen está dividiendo la humanidad. No niego que no haya publicistas que comprarían lo que anuncian, o que crean que sus servicios aportan un bien al conjunto de la humanidad, pero al estar todo viciado por el beneficio económico, el consumidor (la humanidad) acaba siendo un medio para conseguir ese fin (la pasta, la guita, el dinero). La misma palabra "consumidor" deshumaniza y convierte a las personas en medios.

Según Aristóteles, hay que obrar con el fin de alcanzar el Bien, ser un hombre bueno. Quizá en la Grecia de Aristóteles era más sencillo saber quién era un hombre bueno. En general, éste debía poseer ciertas virtudes: moderación,  justicia, valentía, prudencia... Aunque tratándose Aristóteles de un gran pensador, para él primaba la Sabiduría, incluso por encima de la actividad política (a los antiguos griegos les chiflaba reunirse y debatir sobre qué era lo mejor para la comunidad).
Pero la imagen que transmite la publicidad, poco tiene que ver con estas virtudes que Aristóteles atribuía al hombre bueno. Estoy pensando, sobre todo, en la moderación: La publicidad elogia el exceso, el comportamiento compulsivo e irreflexivo. Los anuncios parecen decirnos: -"Lo que te estoy contando es verdad, compra y disfruta. Y ya está!!". Y desde luego no tienen nada que ver con la política -entendida ésta como un diálogo para tomar decisiones conjuntas-, va dirigida al individuo, que compra el producto para sentirse parte del conjunto de los consumidores, pero permaneciendo aislado, independiente, solo, enajenado, insatisfecho... volviendo a consumir para tratar de superar momentáneamente la infelicidad. La sabiduría no pinta nada, incluso algunos anuncios como el de "Yo no soy tonto" parecen reafirmar la idea de que, por norma general, el consumidor sí es tonto.


Así que, no importa si la publicidad es subliminal o no, la publicidad en todas sus formas tiene como fin aumentar las ventas y fomentar el hombre pasivo-consumidor. Tratando al conjunto de la población como una variable estadística.
Quizá, lo que no nos gusta: es que lo subliminal nos pasa desapercibido y, cuando nos lo muestran, nos damos cuenta de que sí somos tontos.
Si en medio de la película nos cuelan un fotograma que dice "¡compra un refresco!", está mal (aunque no sea muy efectivo -quizá si tienes sed te acuerdes de ir a comprar agua-). Pero también está muy mal asociar coches y mujeres guapas, dando a entender que si tienes un buen coche, o una camisa de la marca X, tendrás sexo seguro con mujeres voluptuosas. El segundo caso es explícito. Desafortunadamente, nos hemos acostumbrado tanto a estas tretas, que las hemos asumido como algo natural e incluso necesario, ya no nos indignan.

jueves, 27 de diciembre de 2012

Disquisiciones navideñas


Estos días había mucha niebla, así que sólo se veía a corto plazo, todo era frío y oscuro, como corresponde a la Navidad. Así que salimos a caminar, al Castillo, a lo más alto.
Desde allí se podía ver todo el mar de vapor de agua, los rayos de Sol eran especialmente cálidos, los picos más altos se lanzaban guiños entre sí, mientras cúmulos de algodón deshilachado cruzaban de un valle a otro.
Al ser un sitio alto estaba lleno de antenas que recibían y retransmitían lejanas y extrañas señales.
Del pueblo, sumido en la oscuridad, llegaban rugidos de motor y el gruñir de la carretera...
Sí, desde allí arriba, iluminados por el sol de invierno, todo se veía mucho más claro.

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En estas entrañables fiestas: de vacaciones, de intensa vida social (distendida, antilaboral)... es cuando uno repara especialmente en la mezquindad de la sociedad y del sujeto individual:
No, no existe el hombre bueno, ni honrado, ni modesto, ni austero. Cualquier atisbo de sacrificio, ahorro, valor... se va a tomar por culo en esa vorágine consumista que llamamos Navidad. Litros de alcohol, toneladas de comida, regalos inútiles, drogas, excesos... a costa de terribles desigualdades e injusticias (ocultas bajo huesos de chuletas, papel de regalo, cabezas de langostino, colillas...).
En la más opulenta de las fechas es imposible que el hombre no se crezca y atribuya a sus habilidades y valentía la sonrisa del destino. Se vuelve cruel y despiadado contra los desfavorecidos y contra todo lo que le rodea. Se deja arrastrar por la embriaguez del momento (una embriaguez continuada, justificada y alentada desde todas las capas e instituciones sociales).
Pero en Enero, cuando la Diosa Fortuna le da la espalda... el hombre Ario, el fuerte!, jeje... es devorado por la culpa, echa balones fuera: contra el destino, la crisis, el gobierno, la providencia... y entonces se acuerda de la piedad, la humildad, el sacrificio, las normas morales...

Un ciclo muy simple, pueril, infantil (retener la caca para echarla luego toda de golpe).
A pesar de su simpleza, y ser causa obvia de malestar, es la lógica que rige la sociedad capitalista-consumista: Sufrir-trabajar-acumular mucho durante un período, para luego consumir de forma compulsiva y redimirnos de tanto sacrificio enajenado, sin sentido.

Por eso es “El día de la Bestia” la más apropiada de las películas navideñas. Porque son unas fechas satánicas: de fuego que ya no da calor, que abrasa, arrasa...

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Sabía que había pasado el tiempo porque la leña de la lumbre era sólo ascuas y ceniza, la sala se había quedado fría. No le quedaba más dinero, ni leña; sólo unos polvorones resplandecían en la mesa... En el patio, la "estrella anunciadora" parpadeaba epiléptica y la aguda musiquilla de Jingle Bells se repetía una y otra vez, una y otra vez. Tenía que echar algo al fuego, la Navidad le estaba congelando... así que saltó! Fire walk with me!

jueves, 17 de junio de 2010

Comunismo?

Si fuera verdad que nuestras creencias, nuestra moral, nuestra cultura, nuestra economía... ha sido organizada por los más ricos, los poderosos, la casta dirigente (Iglesia, nobleza, bankeros), que realmente son una minoría. Entonces nuestra supuesta democracia no sería más que un fraude, porque la mayoría viviríamos atrapados en su "sueño americano", seríamos gratuitamente explotados para mantener su estatus y, estaríamos tan embebidos en esa dinámica que nos sería imposible ver donde está el verdadero bien, el bien de todos. Marx no tendría razón y la clase obrera no miraría el mundo desde una posición privilegiada para su reorganización.
Pero el poderoso, lo es, porque es capaz de digerir la injusticia y alimentarse de ella. ¿Cómo se sale de aquí? Sólo con la razón, el diálogo, la voluntad, la esperanza... Todo lo contrario que los actuales mensajes de miedo, racismo, intolerancia, proliferación de lo banal... el consumo.
Está claro que el comunismo ha sido satanizado desde nuestra sociedad occidental, también sus implementaciones bajo regímenes autoritarios han ayudado.
Aún así, parece que el problema del capitalismo es la tremenda desigualdad que produce y que no tiene vistas de disminuir. Tragamos con ello porque, idealmente, el libre mercado conduce a una situación de beneficio 0, un mundo donde existen infinidad de pequeños capitales que en una perfecta competencia se afanan sólo por no ser expulsados del mercado a manos de otro capital. Pero, incluso dentro del Estado Kapitalista por antonomasia, EEUU, prolifera la segmentación de la población, los muy ricos, los muy pobres, la clase media... (el gran capital acaba absorbiendo a todos los demás). En el fondo nos justificamos con que sólo somos clase media, mediocres, nosotros también somos víctimas!!
Independientemente de que el ideal capitalista sea o no crear un mundo más justo o un mundo de mayor bienestar, resulta difícil defender dicho idealismo, más en la situación actual, donde pocas personas se atreverían a acabar con el intervencionismo, aún tratándose de un intervencionismo corrupto, como el que existe en la mayoría de los Estados. Tal vez sería bueno plantear seriamente si el Kapitalismo es el mejor modelo, tal vez lo fue en una época donde una pequeña parte del mundo se vio en la obligación (o la oportunidad) de explotar los recursos del resto del planeta.
Incluso desde occidente, desde una posición privilegiada como la nuestra, creo que resulta difícil admitir que trabajamos por un mundo más justo (kantianamente hablando), o por un mundo de mayor bienestar (bienestar aristotélico, pero no restringido hoy a la polis sino aplicado al conjunto de la humanidad). Uno sabe que tiene que trabajar, que tiene que producir, pero el bienestar individual no puede justificar tanto sacrificio, quizá de ahí ese pensar obsesivo en el futuro de los hijos, ese aspirar a bienes que a uno no se le ocurriría que existen sino fuese por la mano totalizadora de la TV,...

...No tienen ni fidelidad ni gratitud para con sus jefes; éstos no están unidos con sus subordinados por ningún sentimiento de benevolencia; no los conocen como hombres, sino como instrumentos de la producción que deben aportar lo más posible y costar lo menos posible. Estas masas de obreros, cada vez más apremiadas, ni siquiera tienen la tranquilidad de estar siempre empleadas; la industria que las ha convocado sólo las hace vivir cuando las necesita, y tan pronto como puede pasarse sin ellas las abandona sin el menor remordimiento; y los trabajadores... están obligados a ofrecer su persona y su fuerza por el precio que quiera concedérseles. Cuanto más largo, penoso y desagradable sea el trabajo que se les asigna, tanto menos se les paga...
Karl Marx – Manuscritos de economía y filosofía

Si va a resultar que lo que soy es marxista, y sólo he necesitado 29 años para darme cuenta...

miércoles, 31 de diciembre de 2008

Ominosa Navidad

Es en estas entrañables fiestas, cuando uno está de vacaciones y tiene la oportunidad de tratar con la gente en un ambiente no laboral, es cuando se da cuenta de lo mezquina que es la raza Humana y cada persona en particular... No, no existe el hombre bueno, ni honrado, ni modesto, ni austero. Cualquier atisbo de sacrificio, ahorro, valor... se va a tomar por culo en esa vorágine consumista que llamamos Navidad. Litros de alcohol, toneladas de comida, regalos inútiles, drogas, excesos. Y es que estos excesos son a costa de terribles desigualdades e injusticias.

Bajo la opulencia, el hombre se crece, y atribuye a sus propias habilidades y valentía la sonrisa del destino, se vuelve cruel y despiadado contra los desfavorecidos. Pero cuando la suerte se va, el hombre Ario ¡El fuerte.. jeje! es devorado por la culpa, echa balones fuera, contra el destino, la providencia... y entonces se acuerda de la piedad, la humildad, el sacrificio. Somos peor que alimañas, en cualquier acto o actitud no se ve más que ego-ismo, vergüenza y miedo. A pesar de la bonanza, nadie da nada, todo se puede medir con dinero y eso hace difícil el acto desinteresado.

En guerra contra mi alrededor, contra todo, anti-todo... un infierno de sangre y fuego es lo que merecemos y quizá es lo que buscamos. Cuando no somos autodestructivos somos destructivos sin más y en el fondo todo nos da igual menos nosotros mismos, somos violentos por naturaleza, por mucho que lo neguemos no somos más que animales, de los que matan sin necesidad. No hay más que mirar el televisor, no hay más que mirar dentro de uno mismo y examinar las propias convicciones, para llegar al convencimiento de nuestra propia destrucción. El día del juicio Final, el Apocalipsis, el Holocausto caníbal, el día de la Bestia... quizá empezó cuando el homínido primero se irguió sobre sus patas posteriores, cuando tomó conciencia de sí mismo, cuando miró el mundo por encima de los hierbajos y decidió someterlo, cuando surgió el Ego.

Vamos a asumir las consecuencias, vamos a eliminar el perdón, el ojo por el ojo, no sirve la enajenación ¿Imagina que se da la vuelta a la tortilla? ¿Quién se atreve a jugar?

El loco, el borracho, el drogadicto, tienen razón... no merece la pena el Hombre.

lunes, 18 de diciembre de 2006

Puta Navidad

Sentimiento de culpa, emborracharse y caer en la cuenta que la retención de mierda ha comenzado, otra vez. -¿Te acuerdas de lo que ocurrió la última vez que cambiaste el pañal?

Sí, la culpa es de la sociedad. Miro la televisión y entre anuncios navideños, que invitan al consumo y vigorizan el capitalismo, aparece un grupo de gente que dice ser más feliz cuanto menos sabe necesitar -Hippys medio locos y endrogaos-. Lo dicen en un clima cálido, rodeados de aguas transparentes y paisaje mediterráneo.

Y yo me siento sucio, no quiero esos objetos que los anuncios hacen tan apetecibles. Y no quiero su obscena pornografía, ni su filosofía de "todo tiene un precio", y su "no hay trabajo desonesto si es por dinero".

La navidad es una época odiosa, lo saben hasta los buenos cristianos. ¡Este año no compro regalos! ¡Este año me emborracho y me cebo con marisco, hasta que no me riegue el cerebro!
Sublimar, el odio hacia mí mismo, en odio social. Cuántas absurdas tareas desempeño. Cuánto me esfuerzo en ser un chico bueno.
A veces, se borra de mi memoria:

"Amar, amar, que es lo importante
y dejaros en paz de gilipolleces.
Sí, es verdad, las drogas están muy bien... Pero
AMAR, amar que es lo importante."

"Lo malo no es el kapitalismo, lo malo es el consumo exacerbado al que conduce".


Iba a hacerlo, he salido a comprar regalos, incluso he entrado en una tienda. Pero todo resultaba demasiado impersonal. La dependienta y yo sabíamos que había entrado allí para comprar un regalo, no es que necesitara nada. Eso convierte la compra en algo estúpido, vacío, fútil. No he comprado nada, y mientras miraba los escaparates de otras tiendas, iba masticando ese pensamiento que se había hecho una bola en mi cabeza. “Comprar por comprar” “No lo necesito, no lo quiero, no trabajo para eso”.

Veía a infinidad de personas con bolsas en la mano -¡Qué derroche de plásticos y papel de regalos! ¡Cuánta lucecita y papanoel! ¡Qué estúpido gasto de energía!- Y yo me pregunto: ¿Si ya lo tenemos todo, para qué regalar? ¿Por qué hay tantos días en que hay que regalar cosas? ¿Por qué no hay un día o una época de recogimiento, de austeridad?

Verdaderamente, me he sentido mal por querer comprar regalos, y después, por no haberlo hecho. Porque quiero ser como los demás, quiero estar en el calor del rebaño, no quiero que me traten de marginal. ¡Y si todos regalan, yo también regalar! Pero la Navidad, la del Corte Inglés y cualquier entidad comercial, es algo que me cuesta mucho tragar.

He entrado en una biblioteca, me he llevado unos libros y una peli (que pienso devolver dentro de plazo). Y he pensado: “Joder! Qué baratas son las cosas grandes”. Me he sentido mucho mejor.