Mostrando entradas con la etiqueta grecia. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta grecia. Mostrar todas las entradas

viernes, 24 de septiembre de 2021

El otoño y el círculo cerrado de las estaciones

Cuando escribo estas líneas comienza el otoño... Otro otoño más. Me encanta esa circularidad de las estaciones, el continuo fluir de una a la otra.
Los grandes conocedores de la Grecia clásica cuentan que, en aquella época, el mundo se concebía finito, cerrado entre las diferentes esferas -la de las estrellas fijas era la más lejana-. Un Mundo cerrado y cíclico... Los jóvenes sucedían a los viejos, los ríos se secaban en verano y volvían a correr en otoño, las festividades, los cultivos... Unos ciclos que parecían repetirse hasta la eternidad -eran muy sostenibles-.

En la actualidad es imposible una concepción así del mundo. La ciencia nos cuenta que el universo está en continua expansión, que el espacio es infinito.. Y nosotros tratamos siempre de llegar más lejos: la Luna, Marte, Andrómeda...
Pero también nuestra historia es una historia de avances en libertades y nuevas formas de gobierno. Nuestra economía no se concibe sino es en continuo crecimiento y expansión. Cada vez consumimos más recursos. La tecnología nos lleva cada vez más rápido, a lugares cada vez más lejanos... El nuestro es un mundo que avanza en línea recta a velocidad de vértigo. Y, muchas veces, pensamos que estamos a punto de pegarnos la hostia padre...

Es ese vértigo el que me lleva a recrearme en lo cíclico de la naturaleza, en aquella concepción griega del mundo. Como cuando subes a un sitio alto y no miras hacia abajo, sólo al siguiente escalón, la siguiente estación... 

En Facebook, creé un álbum de fotos por cada estación: verano, otoño, invierno y primavera. Sólo subo fotos de la comarca en la que vivo. Me relaja mucho ver que las mismas flores estallan en la misma época. Que, aunque vivamos a todo gas, hay cosas que siempre van a estar ahí y podremos volver a refugiarnos en ellas, en lo conocido. Y, aunque sabemos que no se trata de las mismas flores -que son otras- y también nosotros somos otros, en ese discurrir en que todo cambia y todo queda, en este mundo cerrado, finito y cíclico nos sentimos seguros, porque en otoño siempre llega la lluvia.
Dicen que si no hay ciclos, si no hay repetición, no hay ciencia, que sólo se puede hacer ciencia de lo repetible. Por eso la historia, el arte, la religión, la sociología... se resisten y especulamos, o nos guiamos por lo que nos gustaría que fuera y no es. Por eso la ciencia acierta mucho más y nos da seguridad.

 *******************

Con las primeras lluvias salieron las hormigas voladoras, eran como grandes gotas estampándose contra el parabrisas. Al llegar al cercado de las gallinas... estaban como locas capturándolas, se estaban dando un buen festín -ni hicieron caso al maíz que les llevaba-. 

Y para mí el otoño es eso, un festín. De almendras, nueces, granadas, bellotas, uvas, setas... No, no se me cae la hoja, es una de mis estaciones favoritas. Me gusta su luz, su olor, su temperatura y su humedad.

Foto de bellota de encina a finales de septiembre de 2021 en la Siberia

********************

A finales de Septiembre se celebran las fiestas de Hontanaya -el pueblo de mi padre-. Este año volvimos. Ya sólo voy para ese evento: mis abuelos murieron, no tenemos casa allí, vivimos en un pueblo todo el año... Me resulta muy grato reencontrarme con toda la gente... Pero da vértigo: los cuerpos envejecen, nos hacemos mayores, los hijos y las hijas van cerrando el círculo y nosotros vamos quedando fuera. La juventud lo celebra mucho, con mucho alcohol -como hacíamos nosotros-, bailan, cantan y dan la nota... Y nosotros nos quedamos un poco al margen, porque ya no tenemos esa energía, ni la ilusión, ni los mismos horarios...

sábado, 25 de mayo de 2013

Publicidad -subliminal- Propaganda y pasividad como idea de Mal: de Aristóteles a Kant.

Viendo el último programa de La Noche Temática acerca de la publicidad y la publicidad subliminal, en ocasiones se sugería la idea de que esta última era ilegal. Pero a mí no me interesaba entrar en temas legales, me quedé un paso por detrás, preguntándome: ¿Por qué está mal (moralmente) la publicidad subliminal y otros tipos de publicidad no?
Todos sabemos que la publicidad -normal y corriente- no refleja la realidad, que se hinchan los virtudes del producto para convencer, confundir, atraer, seducir... que tiene algo de inmoral.

La publicidad engañosa es universalmente reconocida como algo malo, incluso ilegal; sobre todo en productos que interfieren en la salud.  No se puede decir que un producto es saludable si está hecho a base de grasas saturadas y azúcares refinados -aunque le añadas trazas de leche y lo pintes de verde-; o anunciar pastillas adelgazantes sin nombrar las contraindicaciones.

Luego está la publicidad perversa: Que no es ilegal, pero podría herir el buen gusto o la moral de la sociedad, o de ciertos colectivos. Por ejemplo publicitar coches potentes con mujeres despampanantes, o todo-terrenos con niños superseguros y supercómodos en sus sillitas... Aunque lo que anuncias es un coche, no una chica fácil o una familia unida.

Yo siempre he tenido la intuición de que la publicidad es mala, veneno...  Que hace mucho tiempo que superó su función original: Informar a los posibles interesados de la existencia de un producto o servicio. Y, como muchas de las cosas que se han pervertido en esta sociedad de consumo, la clave parece estar en la pasividad del destinatario.
Hoy día, con Internet, tenemos la oportunidad de ser activos en la búsqueda de información, de los productos que estamos interesados en comprar, incluso de participar en debates sobre política. Pero nada de eso ocurre en la realidad, o al menos a nivel de masas. Al contrario, la masa sigue siendo pasiva, se sienta delante de la tele o del ordenador a engullir lo que los mismos grupos de poder de siempre ofrecen. La publicidad acaba siendo propaganda, propaganda de un estilo de vida y de las tendencias predominantes. Y la propaganda es agresiva, lo inunda todo, es imposible eludirla. Los que se dedican a incrementar su efectividad son verdaderos acróbatas, que deben captar la atención del consumidor durante los breves segundos que éste es capaz de fijarla en algo.


Me planteé usar el "uno dos" de la filosofía (Aristóteles Kant) para, desde el punto de vista de otros autores, poder valorar moralmente la publicidad.

Kant sostiene que hay que obrar según el Deber. Y, para ayudarnos a dilucidar cuál es nuestro deber en cada ocasión, redactó sus imperativos categóricos. Según una de sus formulaciones -"Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin, y nunca sólo como un medio"- resulta muy difícil argumentar la bondad de la publicidad. La publicidad la hacen unos colectivos dirigida contra otros (sectores de mercado), con lo que en su mismo origen está dividiendo la humanidad. No niego que no haya publicistas que comprarían lo que anuncian, o que crean que sus servicios aportan un bien al conjunto de la humanidad, pero al estar todo viciado por el beneficio económico, el consumidor (la humanidad) acaba siendo un medio para conseguir ese fin (la pasta, la guita, el dinero). La misma palabra "consumidor" deshumaniza y convierte a las personas en medios.

Según Aristóteles, hay que obrar con el fin de alcanzar el Bien, ser un hombre bueno. Quizá en la Grecia de Aristóteles era más sencillo saber quién era un hombre bueno. En general, éste debía poseer ciertas virtudes: moderación,  justicia, valentía, prudencia... Aunque tratándose Aristóteles de un gran pensador, para él primaba la Sabiduría, incluso por encima de la actividad política (a los antiguos griegos les chiflaba reunirse y debatir sobre qué era lo mejor para la comunidad).
Pero la imagen que transmite la publicidad, poco tiene que ver con estas virtudes que Aristóteles atribuía al hombre bueno. Estoy pensando, sobre todo, en la moderación: La publicidad elogia el exceso, el comportamiento compulsivo e irreflexivo. Los anuncios parecen decirnos: -"Lo que te estoy contando es verdad, compra y disfruta. Y ya está!!". Y desde luego no tienen nada que ver con la política -entendida ésta como un diálogo para tomar decisiones conjuntas-, va dirigida al individuo, que compra el producto para sentirse parte del conjunto de los consumidores, pero permaneciendo aislado, independiente, solo, enajenado, insatisfecho... volviendo a consumir para tratar de superar momentáneamente la infelicidad. La sabiduría no pinta nada, incluso algunos anuncios como el de "Yo no soy tonto" parecen reafirmar la idea de que, por norma general, el consumidor sí es tonto.


Así que, no importa si la publicidad es subliminal o no, la publicidad en todas sus formas tiene como fin aumentar las ventas y fomentar el hombre pasivo-consumidor. Tratando al conjunto de la población como una variable estadística.
Quizá, lo que no nos gusta: es que lo subliminal nos pasa desapercibido y, cuando nos lo muestran, nos damos cuenta de que sí somos tontos.
Si en medio de la película nos cuelan un fotograma que dice "¡compra un refresco!", está mal (aunque no sea muy efectivo -quizá si tienes sed te acuerdes de ir a comprar agua-). Pero también está muy mal asociar coches y mujeres guapas, dando a entender que si tienes un buen coche, o una camisa de la marca X, tendrás sexo seguro con mujeres voluptuosas. El segundo caso es explícito. Desafortunadamente, nos hemos acostumbrado tanto a estas tretas, que las hemos asumido como algo natural e incluso necesario, ya no nos indignan.

jueves, 12 de abril de 2012

El orden natural

Hubo un tiempo en que los hombres creían que existía un Orden Natural, un lógos, un nexo, una ley que regía el kósmos, el Todo ordenado -la Naturaleza-, dotándolo de belleza y armonía. Estoy pensando en la Grecia clásica.
Hoy día resulta casi imposible una concepción así: nos hemos lanzado al sometimiento de la Naturaleza e invertimos tremendos esfuerzos en sublimarla, en utilizarla como un medio, como una materia prima de la que obtener nuestros sofisticados productos.

Hace unos días, mientras salía de la gran ciudad, me di cuenta de lo difícil que resulta observar la Naturaleza como algo cotidiano o normal. Podría decirse que ha quedado como un adorno, un parque temático, un residuo o campo por explotar...

Al hombre moderno no se le ocurriría decir que "la Naturaleza es sabia". - ¡No! La Naturaleza es algo aleatorio, impredecible, sucio, molesto... y necesitamos la tecnología para evitar cada uno de sus inconvenientes - .

Lo cierto es que la Naturaleza es bella y compleja, hasta los más pequeños detalles, hasta la más insignificante de las células. Quizá eso nos causa desconcierto, no poder alcanzar su perfección, la facilidad con la que todo parece surgir: las aves elevarse en los cielos; las plantas brotar, a su ritmo, pausado; los peces surcando el mar; nuestro propio cuerpo, que intentamos reconstruir con silicio y plástico. La envidia nos corroe: también queremos ser creadores. Y nos decimos que "la Naturaleza es cruel": porque asesina y come carne cruda, porque sus leyes no las dictamos nosotros. Tenemos tremendo miedo al dolor y la muerte, no soportamos tenerlos cerca. Nos refugiamos en nuestras junglas de asfalto y de metal, esterilizamos las superficies y ocultamos la crueldad en cualquier otro lugar.

Por supuesto, tampoco necesitamos dioses que nos sean favorables, contrarios, o creadores. Nosotros somos dioses: científicos, economistas, tecnólogos... los verdaderos creadores. Vivimos en nuestro propio mundo, ya que la naturaleza permanece oculta y no es más que una enorme fuente de materias primas y alimentos. Y ahí es donde ejercemos nuestra violencia: contra la Naturaleza, que ha quedado relegada al "otro" lugar; contra los "otros" que quedan más allá de nuestro progreso; y, cuando hay escasez o "crisis", contra los "otros" que no son de nuestra clase social.
Si no se ve, no hay remordimiento ni culpa. Y, después de todo, somos dioses: podemos ser crueles, caprichosos, furibundos, libidinosos...
Quizá no nos queda más remedio que ser eso, diosecillos. Después de renegar de la armonía, luchar y esforzarnos por destruirlo todo, guiados por la ambición de unos pocos, por consumir más, ganar más, llegar cada vez más alto, más lejos y más rápido. Ya no podemos recrearnos en la belleza natural, en el nacimiento y la muerte, en esa extraña armonía que permite la existencia de contrarios.

El invierno trae los fríos; hay que enfriarse. El verano trae calor; hay que sudar. La destemplanza del clima pone a prueba la salud; hay que enfermar. Una fiera nos saldrá al encuentro en un lugar y un hombre más dañino que todas las fieras. Algo nos quitará el agua, algo el fuego. No podemos cambiar esta condición de las cosas, pero podemos adquirir un ánimo grande, digno del varón bueno, con el que padezcamos con entereza lo fortuito y vayamos de acuerdo con la naturaleza. - Séneca

Demasiado aferrados a la pureza y perfección de nuestras propias creaciones, nos olvidamos de disfrutar sin más.

Copa de Esequias (h. 530 a. C.). Antikensammlung. Munich. Viaje maravilloso de Dionisio en el mar del vino. En torno al mástil crece una vid fecunda. Los delfines saltarines, contagiados por la presencia de Dionisio, auguran una travesía venturosa.