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domingo, 9 de octubre de 2022

La timidez

No me considero una persona tímida. Pero reconozco que hay ciertas situaciones, convenciones y conversaciones que me da tremenda pereza comenzar y mantener. Y, aunque tenga momentos en que me apetece estar solo, leer, escribir, ver pelis... en general soy una persona sociable, y me lanzo a situaciones nuevas y posiblemente incómodas con facilidad. Eso sí, no soy una persona extrovertida, me cuesta mucho sacar temas de conversación genéricos, inocentes o banales. Tengo mi repertorio del tiempo, la comida... y poco más. Porque, además, se complican mucho las conversaciones cuando se abordan temas interesantes: política, actualidad, religión... La sociedad actual está muy polarizada y tampoco somos muy buenos gestionando los conflictos. Nunca conseguí aficionarme al futbol, los deportes o las series -eso me resta mucho como conversador-.

El otro día, mi empresa, organizó una especie de curso o dinámica de grupo para aumentar la confianza en nosotros mismos, aprender a focalizarnos y tener éxito -empoderarnos, lo llamaron-. Realizamos algunos ejercicios y, uno de ellos, consistía en pedir por Whatssap a amigos o familiares que nos dijeran cuáles eran nuestras debilidades y fortalezas. Nadie me atribuyó la timidez, así que podría decirse que he superado esa etapa. Oficialmente: no soy tímido -de pequeño creo que sí lo era, aunque no me supusiera un obstáculo excesivamente grave en mi desarrollo como persona-.

Entonces lo que no soy es extrovertido. Me cuesta conectar con la gente. Es verdad que también soy de esa generación a la que educaron para no expresar las emociones: los niños no lloran, hay que ser fuerte, decidido... y todas esas polladas. Ahora se incide más -también en los colegios- en la educación emocional: expresar lo que uno lleva dentro para que no se enquiste y podamos disfrutar a tope la vida... como si viviéramos permanentemente en un filtro de Instagram.

Pero yo sigo siendo de los que les cuesta expresar las emociones y sincerarse. Y no me importa que sea así. No necesito cambiarlo. He aprendido a manejarlo y, cuando veo que algo se está enquistando, o puede resultar problemático, entonces lo saco fuera. Me aburre y me desconcierta todo ese estar continuamente hablando de emociones cambiantes, como si el conocer sus flujos y giros fuese a liberarnos de la angustia de vivir, o fuese a ofrecer una explicación a nuestra efímera existencia. Por suerte podemos manejar ideas, conceptos, desarrollar teorías... Las emociones sólo son una capa más de nuestro ser: todos nos enfadamos, nos alegramos, tenemos celos, miedos, deseos, sentimos asco, lujuria, envidia, amor, odio... Sí, como tema de conversación banal, los sentimientos y emociones están bien -por esporádicas y efímeras que sean-, también como entrenamiento para abordar aquellas que se prolongan en el tiempo, nos atormentan o nos atan. No tengo nada en contra... solo, quizá, que es un tema que no me atrae, me aburre... quizá por esa dificultad mía para conectar con la gente. Me gusta más poner el foco en las ideas y las condiciones materiales: me parece un andamiaje más sólido -como aquel pasaje de la biblia que habla de fijar los cimientos de la casa en la dura roca-.

No soy extrovertido, me cuesta entrar a la gente. Pero tengo un trato agradable y creo que consigo, más o menos, adivinar si mis interlocutores se sienten cómodos o preferirían estar en otro lugar. Normalmente la gente quiere hablar de su libro. Así que, lo más habitual es que sólo me dedique a escuchar. Supongo que, normalmente, nadie cree que yo pueda tener nada que contar... y suele ser cierto ¿Por qué iba a querer hablar de lo que pienso o lo que sé? ¿A quién podría interesar? Supongo que me he tragado muchas chapas, muchos monólogos, muchas bromas... No quiero seguir sumando a eso. 

Sí, tengo habilidades sociales. No es la mejor de mis virtudes pero me defiendo y contribuyo a generar ambientes amables y divertidos.

Oí decir que los pedófilos, zoófilos, puteros y, en general, los que abusan de su posición de poder para mantener relaciones sexuales, son gente tímida, temerosos de sus iguales, incapaces de relacionarse con gente de su edad, son torpes, les asusta el juego de la seducción y buscan satisfacer su pulsión sexual de la manera más fácil. Así que, quizá es mejor invertir en educación emocional, habilidades sociales y demás parafernalia happy flower, que tener que vivir en una sociedad de inadaptados que se dediquen a infligir sufrimiento en cuanto perciben cualquier debilidad en el otro.


El desencadenante: video "La timidez" del canal Filosofía con Flow (Belén Castellanos)

domingo, 3 de marzo de 2013

Poesía de la sangre caliente


El subconsciente no paraba de enviar mensajes
y la razón que no daba a bastos...
a pasar su filtro exhaustivo.

El cuerpo lleno de energía,
ejecutando inconsciencia.
Así,
todos decían:
que estaba loco!...
perdido.

Ciertamente era arriesgado,
pero ciertamente cierto.
¡Qué suerte tener un subsconsciente tan espabilao!
en la realidad arraigado.
¡Qué fortuna tener una vaga consciencia,
lenta...
siempre llegaba a destiempo,
cuando en pleno salto al vacío
trataba de mantener el vuelo.

Era agradable sentirse intuitivo,
sin miedo, sin medio,
sin mediar los temores, los cálculos.
Claro que...
Había calculado mucho.
Los circuitos estaban grabados,
establecidos,
hardcoded
en un cerebro infestado
de imágenes psicodélicas,
canciones techno-punk,
comandos "invertidos",
rimas en asonante,
códigos abiertos,
pulsiones castradas,
violencia sublimada.

Pintaba paisajes y
paisanajes...
manchados de sangre.

Como Heráclito:
veía vida y muerte
por todas partes,
continuamente,
en fluir eterno.
Jamás volverás a nadar en el mismo rio!-
Esa menstruación habrá huido,
y la diarrea será moñigo.

No habrá otra oportunidad,
los demás no te dejarán:
Te invitarán a visitar sus celdas,
sus tumbas adornadas de flores
y aromas inflamables,
metales brillantes,
muy valiosos y codiciados
por el resto de cadáveres
tremulantes.

Sí, tenía mucha suerte:
de amar y ser amado.