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domingo, 30 de octubre de 2022

Corre, David, corre!

El otro día fui a buscar a mi hija mayor a la salida de las extraescolares, al Palacio de la Cultura. Cuando empieza el curso escolar, por las tardes, siempre está petado de niñxs. Hay un bar-cafetería y suele haber un montón de madres que hacen tiempo entre una extraescolar y otra. El "Palacio" está enclavado en una plazoleta, diáfana con unas pequeñas gradas alrededor. Así que las niñas y los niños más pequeños se adueñan del espacio mientras esperan en su tránsito entre una clase y otra. Se transforma en un lugar bullicioso. Yo pensaba recoger a mi hija y largarme a casa porque siempre tengo muchas cosas que hacer. Pero llegaron sus amigxs y me pidieron que se quedara, que en un rato debía entrar a escolanía, con Laia -su hermana pequeña-, que venía en su bici conmigo porque no había nadie en casa. Había salido sin móvil, sin dinero... Pero como era poco tiempo -unos 45 minutos- y me perecieron majetes, cedí. Y allí me quedé, sentado en un escalón, sin hacer nada, mirando como correteaban las niñas de allí para acá... Hacía mucho tiempo que no me paraba así, sin más... No estoy preparado para la improductividad. Serán las cosas de la edad, ese tomar consciencia de que el tiempo se pasa y no conseguimos encontrar el hueco para hacer todas aquellas cosas que de jóvenes pensábamos que algún día haríamos, que fuimos postponiendo hasta que llegara una época más tranquila, en la que aparecería ese tiempo, como por arte de magia, como cuando éramos niños y nos aburríamos sin saber en qué ocupar el tiempo... Se estaba poniendo el sol y, a pesar de que el entorno era bastante feo -un pastiche de edificios comerciales, culturales y viviendas sociales-, el cielo estaba precioso. Era el cielo de un otoño caluroso y nublado que iba transitando todos los colores del espectro... hasta que se encendió el alumbrado público y la oscuridad se hizo la dueña. Las niñas entraron a escolanía y yo me fui a casa cargando con la bicicleta, contento de haber estado rodeado de niñxs felices y despreocupadxs, de haber intercambiado algunas palabras con abuelos y abuelas, de haber experimentado ese paréntesis totalmente "improductivo".

Y es que con el trabajo nuevo estoy a tope... y me gusta: me entretiene ver cómo hacen las cosas en otras empresas. Pero tengo que tomármelo con más tranquilidad, incluso por la calidad del trabajo en sí. Los compis son muy jóvenes y van muy acelerados, pero yo ya sé que las prisas no sirven de nada, al contrario, generan caos. Aún así me resulta difícil evitar contagiarme de esa actividad desenfrenada: las reuniones, los cambios de contexto, la sociabilidad, la evolución dentro del sector... Escuchaba en un programa de radio, que toda esa autoexigencia y motivación en el trabajo, nos vacía por dentro y hace posible que podamos llenarnos con los objetivos de empresa, el coaching y toda ese lenguaje con el que hablan las compañías: el lenguaje del crecimiento y el dinero como fines en sí mismos. Es fácil perderse en esa vorágine de promoción, producción, competitividad... Y olvidar todas aquellas cosas para las que de jóvenes pensábamos que algún día tendríamos tiempo: la pintura, escribir, el campo, leer, la filosofía, la familia, los trabajos manuales, la fotografía...

La sensación es bastante extraña porque, al final de la jornada, acabas extenuado, necesitas tumbarte, desconectar, realizar algún trabajo físico, deporte... El viernes me acosté a siesta, hasta que llegó la hora de salir y beber cerveza. El trabajo embrutece, lleva asociada cierta pulsión de muerte, sádica. Y ya que te sacrificas tanto, habrá que gastarse el dinero en algo. En cosas que de jóvenes no imaginábamos: artilugios electrónicos, contenidos digitales, viajes y otras vacías experiencias.

Cuando voy a las ciudades por trabajo acabo comiendo un montón de basura: shawarmas, hamburguesas, perritos... Lo hago compulsivamente, pero después del segundo atracón ya no quiero más, empiezo a sentirme pesado, inflado y triste... la vida se me representa como un sinsentido. Es similar a lo que me ocurre cuando corto de currar un día de mucha intensidad. Porque hay que cortar y descansar la mente y además hay que hacer las cosas de casa, atender a los tuyos, planificar el ocio... Definitivamente: no tiene sentido.

martes, 2 de agosto de 2022

Trabajos de mierda

Ya llevo un par de meses en la nueva empresa. Me ha resultado fácil adaptarme: a la gente y, también, a las nuevas tecnologías. Al final, las tecnologías no son tan diferentes unas de otras. Cambian los nombres, la apariencia... se busca siempre el golpe de efecto, lo revolucionario... más bien se busca el trending topic: convertir tu solución en viral, que todos se entusiasmen y utilicen ese nuevo lenguaje, ese nuevo control de versiones, el IDE supersónico, el software definitivo para la gestión de proyectos... Y está muy bien, la gran mayoría de novedades vienen a facilitar la vida a los trabajadores del sector, aumentar la productividad... con curvas de aprendizaje realmente rápidas. Los informáticos que estén próximos a la jubilación deben de flipar con lo rápido que ha evolucionado todo esto. La extrema atención que debíamos prestar para ciertas tareas, la memoria, la interiorización de patrones y lógicas de acción, la agilidad... Ya todo está automatizado, codificado, segmentado, protocolarizado... incluso los modelos de negocio: las consultoras, las empresas de producto, las que alquilan infraestructura... En cuanto surge un nuevo nicho, se le aplica la fórmula y se explota.

La gente de la nueva empresa es muy maja. Supongo que también ayuda que la mayoría son del sur -Andalucía-, eso hace más fácil la conexión, aunque sólo sea por el feeling climático, los lugares, expresiones y bromas comunes. Me hacen sentir un poco viejo. No es muy grande el desfase generacional -unos 10 años- pero, los más jóvenes, manejan unos referentes culturales de la infancia bastante diferentes a los míos. Tengo que hablar en inglés, pero no todo el rato. Mi inglés es bastante chusquero, no me siento seguro en ese idioma, tampoco tengo tanto dominio como para expresarme con todos los matices y la rapidez que me gustaría, así que es bastante liberador combinarlo con el español. La propia consultora fomenta cierto compañerismo y el establecimiento de lazos: con fiestas y reuniones ociosas, cursos de formación... Realmente consiguen crear un ambiente agradable -aunque la mayor parte del tiempo estés currando en proyectos externos-.

Hacía mucho tiempo que no trabajaba para una consultora. Son ambientes muy dinámicos, cambiantes, precarios... Hoy estás en un cliente, mañana te mandan a otro... La apariencia es muy importante: parecer que controlas, parecer que eres experto, proyectar una imagen de seguridad, decisión, ambición... Algo en lo que no soy especialmente bueno, yo soy más de demostrar con hechos. El proyecto en el que estoy trabajando me gusta, para mí es una especie de reto tecnológico, porque utiliza herramientas y lenguajes modernos con los que hacía años que no trabajaba. Me resulta novedoso, pero seguramente sea un coñazo excesivamente burocratizado para quien lleve mucho tiempo en el nicho de ese lenguaje de programación -Java- en entornos web: estamos migrando servicios a una infraestructura nueva, con lo que va muy bien para tener una visión global de las tecnologías y metodologías que se utilizan, y no estar únicamente con el foco puesto en la programación.

Quizá el peor punto en contra sea el tipo de negocios a los que se dedica la empresa para la que estoy subcontratado: juego online, apuestas deportivas, crypto... movidas muy chungas. Es lo que David Graeber definiría, sin ningún tipo de fisura, como un "trabajo de mierda": un trabajo absolutamente dañino para la sociedad. En cierta manera, el tipo de trabajos que siempre he desempeñado en mi carrera profesional: trabajos bien pagados, que otorgan cierto estatus social pero que, probablemente sería mejor que nadie desempeñara. Sólo que en este caso es mucho más explícito, no se trata sólo de sostener y reproducir un sistema social desigual e injusto, sino de trabajar para los peores vicios de nuestras sociedades: ludopatía, blanqueo de dinero, especulación... Obviamente no son cosas que yo vea en mi trabajo del día a día, que es meramente técnico: lo más que veo son transacciones de dinero, que podrían ser para apostar o para comprar productos de amazon.

jueves, 16 de diciembre de 2021

De aceitunas y suicidas

Estaba muy contento.. Había comprado una vara y una manta nuevas! Este año no iba a dejar ni una aceituna en el suelo!
Era finales de otoño -el puente de diciembre-. No había helado fuerte aún. Por las mañanas calentaba el sol. 
Dando palos con la vara, estirazando de las mantas, con los sacos al hombro hasta la furgoneta... sudaba como un gorrino. El sudor, el aceite, las ramas sacudidas del olivo, el canto de los pájaros... Generaban un ambiente y sonoridad bucólica... Pero el día avanzaba y aquello no tenía vistas de acabarse. Era un trabajo duro. 
Siempre lo digo: -Lo que hace penoso un trabajo son las condiciones en que se realiza. Recoger aceitunas una mañana está bien. Pero si lo tienes que hacer 90 días seguidos, a destajo, sin vacaciones y cobrando poco, se convierte en trabajo esclavo
Hay personas que creen que por haber estudiado en su adolescencia y juventud no debieran desempeñar ese tipo de trabajos. Pero, claro... ahora estudia mucha gente. Y los trabajos penosos siguen existiendo -alguien tiene que llevarlos acabo-. Es curioso que, con tantas personas estudiando, no se haya conseguido un reparto más justo de las tareas. Sólo excusas para que los trabajos duros los desempeñe "el otro": el rumano, la sudamericana, el pobre... 

-Bueno, he sido un estudiante mediocre, no tengo ninguna habilidad especial, ningún talento, nunca hago nada por nadie... Pero soy de aquí, del país. Sé contar los euros, tengo algunos vicios... me merezco mis privilegios arbitrarios.

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Hace unos días, los medios, dieron la noticia de que Verónica Forqué se había suicidado -a sus 66 años-. No tengo ni idea de cómo era su vida, así que no puedo saber qué la pudo llevar a cometer un acto así. Era una actriz famosa, seguía saliendo en la TV, seguro que tenía una situación económica holgada. Seguro que no se veía obligada a realizar trabajos penosos. 
Se hicieron algunos análisis -en clave anticapitalista- que apuntaban a nuestros estilos de vida como causas del suicidio -del suicidio en general, no el concreto de Verónica-. Estilos de vida que generan malestar: aislamiento, soledad, estrés... incluso culpa -por no estar invirtiendo correctamente nuestro tiempo o dinero-. Un malestar que lleva a la inseguridad, la desconfianza y el odio hacia el otro. 

Yo también lo percibo así. Cuando era joven no me preocupaba mucho el dinero: mis padres me proveían de techo, comida y ocupación -estudios-. Luego empecé a dar tumbos por los trabajos, intentando abrirme hueco: ganar más dinero, conseguir mejores condiciones... Después vinieron las niñas... y las preocupaciones comenzaron a girar en torno a ellas: mantener el hogar, el coche, el seguro, los ahorros, el colegio... 
En todas las etapas me topaba con la perseverante ansiedad: sacar mejores notas, estudiar más, un máster, una certificación, idiomas, conseguir mejor salario, un seguro más barato, un coche mejor, una casa más grande, piscina, comprar acciones, echar la lotería... Una espiral en la que nunca se llega a la meta, en la que nunca nos es dado disfrutar de lo conseguido. Hay que trabajar más, formarse, invertir, diversificar... porque existen un montón de amenazas que pueden arrebatártelo todo: la inflación, los impuestos, las crisis, el paro... 
-Ya cuando me jubile lo haré todo: los viajes, los libros, los amigos, pintar... Pero nada de eso nos llega. Porque todo ese marco ideológico del trabajo, el esfuerzo, el consumo y el progreso hacia capas económicas cada vez más altas, nos ha calado tan hondo que hemos perdido la consciencia de que sea solo una posibilidad entre muchas otras. 

Los del trabajo penoso sufren. Pero también sufren los que participan del éxito y el dinero, los que estirazan y aprietan el nudo de la soga que nos asfixia.

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Llevé las aceitunas al molino de la cooperativa. La maquinaria que separaba las hojas y pesaba la aceituna limpia, hacía un ruido terrible. Pero resultaba muy reconfortante: ver llegar la gente con su carga, poniendo su trabajo de pequeños grupos autónomos en común; te sentías parte de algo, de un pueblo, una historia...


[...] aceituneros altivos,
decidme en el alma: ¿quién,
quién levantó los olivos?

No los levantó la nada,
ni el dinero, ni el señor,
sino la tierra callada,
el trabajo y el sudor.

Fragmento del poema "Aceituneros" de Miguel Hernández

lunes, 21 de septiembre de 2020

De vacaciones y pandemias

No soy muy de hacer apología de las vacaciones y los viajes, pero... Este año, con la pandemia, se han truncado muchos de nuestros planes. Y eso nos ha jodido. Estamos indignados, como si fuésemos coronapijos del barrio de Salamanca. Y por ello quería hacer una pequeña exaltación de las vacaciones... Como los poloflautas la hacen de la libertad -libertad de comprar, vender y acumular capital-.

Solíamos salir bastante del pueblo -para ver los amigos y la familia que tenemos dispersa por el territorio del Estado-. Pero, en verano, nos gusta pasar unos días recorriendo diferentes lugares, durmiendo en campings aquí y allá, sin un itinerario concreto, improvisando sobre la marcha.

Este año, la incertidumbre de no saber qué estará abierto, respetar aforos, localidades confinadas... Ha alterado nuestros planes. Y ha contribuido a que considere esta pandemia como una pandemia poco seria: sin apenas muertos, con escasas consecuencias para la salud, ahora te confino, mascarilla no, mascarilla sí, hacer deporte no, el bar sí... No sé, cualquiera diría que se han sobredimensionado las medidas, al menos algunas medidas, o en algunos lugares. 

No tiene porqué ser todo muerte y destrucción. En esto de las pandemias parece que también hay grados: pueden ir desde brotes de gripe a epidemias de peste bubónica.

Después de guardar estricto confinamiento, llega el verano y ¡Venga! Todos a moverse de aquí para allá, llevando el virus a lugares donde nunca había aparecido. Ahora, en septiembre, lxs niñxs vuelven al cole, con mascarillas, gel hidroalcohólico y lavado continuo de manos... No sé, parece todo una broma macabra, como si el virus fuera peligroso sólo bajo ciertas circunstancias -que tienen que ver con frenar o no el consumo y la actividad productiva-. 

En la tele y las redes sociales no dejan de hacer recuento de casos. Sí, muchos casos... Pero ya nadie habla de frenar la curva o de construir más plazas hospitalarias. La sanidad pública se queda como está, aunque la curva siga creciendo ¿La enfermedad no era tan grave? ¿Ha disminuido su virulencia?... Uno ya duda hasta de los conteos de muertos. Sí, es verdad que el número de muertes de los meses de confinamiento son más altos de lo normal y que había muchos ingresos hospitalarios -pero es que se ha tenido que ir a dramatizar las muertes en las residencias de ancianos, cuando lo habitual es que se ignoren-. 

Hay quien las ha pasado canutas, incluso quien las ha palmado con coronavirus -otra cosa sería determinar si la causa principal fue el coronavirus-. Yo no soy virólogo, ni epidemiólogo, pero da la sensación de que, si esto hubiese pasado hace 50 años, nadie habría reparado en que existió una enfermedad nueva. Quizá se hubiera percibido que aumentaba la tasa de mortalidad y enfermedad, quizá se hubiese achacado al virus de la gripe, la contaminación del aire, a deficiencias del sistema sanitario... Pero tenemos el foco permanentemente puesto en la enfermedad. Y uno acaba con la misma sensación de agobio que invade cuando habla con trabajadores del ámbito hospitalario -para los que todo son desgracias, peligros y muertes evitables-.

Independientemente de si la enfermedad es tan grave como pregonan los medios, el caso es que, a nosotros, nos ha jodido la ruta de campings. En su lugar nos hemos visto obligados a recortar los días y buscar apartamento -por eso del distanciamiento social y no utilizar zonas comunes-. Uno prefiere ser prudente: llevar siempre la mascarilla y respetar las leyes -aunque parezcan absurdas en muchos casos-. Soy una persona civilizada, respeto los miedos y creencias de los demás... No quiero problemas con la ley, ni que una enfermedad tonta se lleve por delante a ninguno de mis seres queridos. Realmente a mí no me supone un gran sacrificio -estoy hablando de no salir de vacaciones un año, ponerme una mascarilla o mantener las distancias, no de perder mi trabajo y quedarme sin ingresos-.

Sea como fuere, el no haber disfrutado de unas vacaciones en las condiciones que me hubiera gustado, me ha hecho valorar lo que de bueno tienen. Para mí, era algo que siempre dejaba un regusto amargo -un vacío-, quizá porque esperaba demasiado de ellas y, cuando acababan, me daba cuenta de que sólo viví una fantasía. Otras veces me decía que lo hacía por escapar del clima tan horrible del verano en La Siberia, o por la presión social -Venga! ¿Cómo no te vas a ir de vacaciones! ¡No seas roñoso! 

"Elige un trabajo que te apasione y no tendrás que trabajar jamás". Es verdad, hay ciertas personas que encuentran tremenda gratificación en el trabajo y no serían felices teniendo que desperdiciar su tiempo en unas estúpidas vacaciones con la familia o los amigos. Pero la mayoría de las personas trabajamos por necesidad y, casi siempre, el tipo de trabajo que desempeñamos depende más de las demandas del mercado que de nuestros propios intereses. Trabajos a destajo que nos obligan a delegar las tareas del hogar. Que hacen que las familias deban acostumbrarse a nuestra ausencia durante horarios laborales extensos.

Yo curro en casa, vivo en un pueblo chico, me es más o menos fácil participar en la vida del hogar. Pero resulta una actividad muy exigente: trabajo, comidas, limpieza, ayudar con los deberes de las niñas, estar pendiente de las facturas, regar las plantas, echar de comer al gato, reuniones del cole, extraescolares, desmamonar olivos, cocinar, compromisos sociales... Así que, cuando llegan las vacaciones y te largas, por fin se abre un paréntesis. Todo queda en suspenso y puedes dedicarte solo a vivir esa otra experiencia. Te sales de ti y miras tu vida desde fuera, tomas distancia, conoces otros lugares y otras formas de habitar los territorios... Resulta liberador y enriquecedor a la vez. Una ventana desde la que imaginar otras vidas posibles.

Es algo que viene bien a cualquiera. Todos somos un cúmulo de dimensiones -trabajo, familia, amigos, ocio...- cuantas más sumamos y experimentamos más fácil es que tomemos decisiones acertadas -que nos hagan felices, a nosotros y nuestro entorno-.

Playa de Portimão - Portugal - Septiembre de 2020

 

Me parece muy burgués y muy egoísta haber escrito esto... Soy consciente de que hay quien, aún teniendo trabajo, no puede permitirse poner su vida entre paréntesis.

martes, 7 de abril de 2015

La vida artificial, la jungla de cristal y el trabajo pringoso

He pasado las vacaciones de Semana Santa en el pueblo, en el mismo donde ahora vivo. Y he aprovechado a hacer un montón de cosas para las que no encuentro tiempo en el día a día.
En el día a día estoy atrapado en un mundo virtual, artificial... Es por el trabajo, nada físico, hiperconectado a todos los aparatos electrónicos. Así que, al acabar la jornada laboral, uno está estresado, cansado y con mil historias que resolver al día siguiente. Y, por supuesto, no has hecho nada para ti, tu hogar o tu familia, sólo has justificado el ingreso de un salario en la cuenta corriente... Eso es lo enajenado: privar al obrero del fruto de su trabajo a cambio de dinero.

La eficiencia es un concepto genial: resolver la mayor cantidad de tareas en el menor tiempo posible. Somos esclavos de la eficiencia, tratando de aplicarla en cualquier ámbito, a cada momento... Si vas al campo a pasear, fantaseas con tu negocio rural. Si vas a cortar leña, pergeñas cortar la máxima posible de forma "sostenible". Porque, en el fondo: el dinero se ha convertido en requisito indispensable, en la condición necesaria para emprender cualquier acción.

Luego están las ciudades, las junglas de asfalto y de metal, donde no se produce nada. Donde se consumen cosas de ningún lugar. Pero donde el dinero fluye con mayor rapidez y en cantidades más grandes. Es obscena tanta desigualdad! Se acaba por odiar el dinero. Pero también se ama... Tener mucho es mejor que no tener nada... Cubrir las necesidades básicas... Incorporar los hijos en el escalón más alto... Viajar más lejos... trabajar menos... tener más ocio!

Trabajar menos, tener más ocio y ganar más. En una sociedad que odia su trabajo (porque es enajenado) y ama cosas que no son suyas, que son ficticias, breves: escapadas con encanto, lujo, deporte... El ocio no es más que estar ocupado en algo que no sea el trabajo, y es más completo cuando requiere una inversión monetaria.

La Naturaleza queda totalmente fuera de este esquema. Tampoco parece importarnos mucho. De cuando en cuando, salimos al campo y nos maravillamos, nos conmovemos... Pero el ritmo frenético nos vuelve a poner en lo enajenado, la tele y el sofá. Así que, al intentar leer a los clásicos (Heráclito, Aristóteles, Cervantes...), nos damos cuenta que no los comprendemos, que nuestra cosmovisión ha cambiado completamente... ¡Hemos escapado a las leyes de la Naturaleza! Y, realmente, estamos a punto de salirnos de ella. Sólo somos esclavos de nuestras propias leyes: de convivencia, del mercado... Pero eso no las hace más justas. Está claro que habitamos un mundo de injusticias y desigualdades. Así que, lo que hemos hecho ha sido eludir el capricho, la incertidumbre y el libre albedrío de la Naturaleza, para adentrarnos en un nuevo cosmos de leyes de dominación y sometimiento humanas. Tenemos nuestro propio tablero, con reglas que se han ido imponiendo en violentos juegos de poder.

Someterse a las reglas, aprobar los exámenes, obedecer... Lo importante no es el sacrificio, sino el sometimiento. Aceptar el dinero, sin cuestionarlo, y seguir el camino allanado del funcionario, del trabajador por cuenta ajena. Pero el sometimiento es cobarde y repugnante. Así que lo externalizamos, decimos que no es algo nuestro, que lo hacemos porque necesitamos la pasta. Y ese "necesitar la pasta" lo justifica todo: sometimiento, avaricia, desigualdad, guerras,...

Así que, aquella idea clásica del "logos": una razón, una lógica, un Dios que rige el cosmos y al conjunto de los hombres, que lo gobierna todo. Esa idea no tiene cabida hoy día. Hoy día todo son oportunidades que hay que ir aprovechando, oportunidades que nos brindan los grupos de poder: delegar sus tareas para abarcar más y conseguir sus objetivos, más dinero, más poder...

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Pasó el día del trabajador, de los que construimos la jungla de cristal, de los que adornamos las paredes de la cárcel, de los que soñamos con una libertad robada, que ya no nos es dada disfrutar... nos destruiría.
Así me contento:
sacando la cabeza fuera
para sentir como sopla el viento.

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Es la época en que florece la jara pringosa. La flor es grande y destaca desde la carretera. Es blanca y suave, como un vestido de comunión... La imagen de un gran jaral en flor... es un tanto impúdica. Como en las pelis americanas: cuando la amiga fea del chico popular se viste de princesa, se pinta los labios e intenta seducir, sin sutilezas. Pero no importa que se pinte o abra de piernas: porque es fea y pringosa. Como todas esas flores de labios blancos diciendo: -fóllame..., ámame...- Repugnan, hieren el gusto del guerrero.



viernes, 13 de febrero de 2009

GRATIS!!!!

Últimamente, ando obsesionado con la idea de gratis: Internet gratis, música gratis, películas gratis, porno gratis. Lógicamente no es realmente gratis, hay que invertir tiempo buscando enlaces, descargando fakes, estar al día de los nuevos programas y de las debilidades de los distintos mecanismos de seguridad. Eso sin contar los días que se tira el ordenador encendido, el envejecimiento prematuro de sus componentes, etc. Ya lo decía uno de mis profesores: “No hay comida gratis”. Pero mi continua actividad pirata, a veces, me lleva a reflexionar: ¿No estaré atentando contra todo aquello que me gusta (Internet, la música, las películas)?

Si me conecto a las redes de los vecinos, timofónica gana menos dinero, sube las tarifas e invierte menos aún en innovación y en mejoras de sus servicios.
Si me bajo discos de grupos que prácticamente solo conocen en su barrio, venderán aún menos discos y perderán toda motivación económica por seguir tocando. Igual con las pelis (españolas, por ejemplo). Al final, esta actividad redunda en una reducción de los grupos y del cine minoritario. Porque las grandes bandas y producciones internacionales siguen vendiendo y amasando dinero, menos, aunque sigue siendo mucho.

Lo de timofónica no me importa porque, en cuanto se dan cuenta de que los mecanismos de seguridad son débiles, empiezan a invertir en otros nuevos y mejores, y eso aumenta mis posibilidades de conseguir un mejor empleo. Además, alegra la vida lo de saltar vallas cada vez más altas, mantener la rueda girando. Y no quiero meterme en lo excesivo del precio de la “banda ancha” en España, que si no fuese por el monopolio que ostenta, como empresa, Telefónica no tendría presente ni futuro.

Lo de la música y el cine me resulta más preocupante, porque no se puede apelar a la conciencia de cada uno para pedir que la gente no use el emule, la conciencia es muy particular. Yo, mientras se pueda descargar impunemente, lo seguiré haciendo, porque la vida es muy puta y yo me he vuelto muy malo. Y porque la cultura debería ser un derecho universal y a precio de mercado es casi prohibitiva.
Las discográficas, las productoras y demás chupatintas implicadas en el negocio deberían bajarse de la burra. O, si el mercado no sabe regularse, quizá debería intervenir el Estado. Pero no con el parche guarrindongo ese de la SGAE, que hace agua por todas partes. Si se pone un impuesto sobre dispositivos de almacenamiento, lo lógico sería que existiese una biblioteca en la red donde todos los contenidos por los que pagamos estén accesibles para cualquiera, de forma legal. Así se tendría un verdadero conocimiento de lo que escucha y ve la gente y se podría distribuir el dinero recaudado más equitativamente. La gente paga cuotas mensuales por rapidshare, megaupload, spotify… . Pagar 20E por un CD de música -que se raya en un mes- no tiene sentido, ni siquiera merece la pena perder 30minutos en ir a buscarlo a una tienda cuando, en menos tiempo, podrías descargarlo en el ordenador.
En lugar de ver oportunidades de negocio en las nuevas tecnologías, se ha visto un enemigo… y las productoras y las discográficas se han empeñado en no adaptarse, en criminalizar, intentando perdurar su lucrativo y apestoso negocio.
Lo peor de todo esto es los artistas que se perderán por el camino, hasta que la situación se estabilice. A veces para mamar hace falta algo más que llorar.