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jueves, 27 de marzo de 2014

La pizarra negra y los limites del lenguaje

Hemos pintado de negro una pared de la cocina. Con pintura no porosa, que permite escribir con tiza y borrar, como si fuera una pizarra de las que se usaban en los colegios.
Y, claro, estamos en la era digital... todos escribimos en el ordenador, el teléfono... Usamos una serie de caracteres que están ahí, almacenados, y los combinamos a nuestro antojo. Buscamos imágenes, emoticonos,...
Estamos digitalizados! No hay una progresión entre la "a" y la "b": o lo uno, o lo otro.
Yo quería escribir en la pizarra, pintar algo... pero no tenía los caracteres, ni las imágenes. Así que me he sentido indefenso, torpe... cercenada mi imaginación... con trazo débil, inseguro, retorcido... como un bebé.

Con el teclado todo es más claro. Frases cortas y directas: para que el usuario no se espante. Y, si es en otro idioma -no nativo-, no te enredes, usa el "uno dos", nada de florituras o frases rimbombantes. Así que, además de digitalizados, estamos simplificados, esquematizados. Porque hay tanta información y tantos datos que para abarcarlo todo hemos de hacerlo en diagonal, rápido y por encima. Ya lo maduraremos luego... si eso...

La pizarra negra, la tiza blanca... es tan relajante... pintar lo que quieras: Caracteres, animales, trazos, puntos, ideas, falos, pezones, espirales... Como una noche de setas y alucinaciones...


... Como esas mañanas en que despiertas con la sensación de haber soñado. Te debates entre el esfuerzo de recordar o espabilar para comenzar el día... Están ahí, una serie de emociones e imágenes inconexas con las que es imposible construir un relato. Y se pierden... en la avalancha de cosas por hacer del trabajo diario.

Si, a escala individual, la pizarra es el espacio donde dar rienda suelta a tu imaginación -en formato analógico-. A escala de grupo, los mass-media son el contrapunto digital: ponen en el tablero de juego los temas, las formas, la estética... Que parecen siempre los mismos. Y, claro, si siempre hablas de lo mismo, construyes tu lenguaje en torno a "eso" mismo, y sólo puedes hablar de "eso", y si hablas de otra cosa lo haces como si fuera de "eso". Así que hay que hacer denostados esfuerzos por buscar fuentes lo más diversas posibles, no sólo de información, sino también de lenguaje -en sentido extenso-: Con sus mitos, creencias, métodos y razones. Que permitan abarcar la mayor cantidad posible de realidad, sin cercenarla. Sin dejar en el olvido lo que no se puede ligar en un relato utilizando el lenguaje parcial y dirigido que los grupos de poder nos imponen como masa.

La pizarra era para que pintara nuestra hija...
Ahora la utilizan todos los niños que llevamos dentro...
Lo que ha quedado de ellos.

jueves, 31 de octubre de 2013

Sueños sangrientos en la víspera de Halloween

Habíamos estado todo el día de excursión para llegar a aquel lago glaciar. Era un atardecer al sol que da calor, al aire fresco y limpio de la alta montaña. No acababa de comprender cómo podíamos haber subido tantos víveres: Chuletas de cerdo, panceta, cerveza, pan... -Sí, somos una pareja con anchas espaldas y piernas recias-.
Me acerqué a la orilla del lago, mientras mi mujer seguía organizando todo lo que habíamos porteado. El agua estaba en calma, como un espejo donde se miraban las nubes y reflejaban los últimos rayos de sol.
Una pequeña rapaz sobrevolaba el lago, con aleteo errático, como de murciélago... extraño para un ave -pensé-. De repente se abalanzó sobre el lago y capturó un pescado. Con peculiar vuelo se acercó a mí y me dejó la presa al lado, invitándome a comer.
- No, gracias. Mejor que lo comas tú, seguro que te hace más falta. -Dije pensando en la comida que habíamos llevado hasta allí-.
Pero el águila, alconcillo, o lo que carajos fuese aquello! no parecía comprender. Se alejó, se comió el pescado, y continuó con su revoloteo errático por el lago.
Al cabo de unos minutos, llegó un gato a beber... Y ocurrió algo que no podía creer: La rapaz pareció aumentar de tamaño, se abalanzó sobre el felino, clavándole las garras de ambas patas en la columna vertebral, y partiéndola en un certero y diabólico movimiento.
Volvió a acercarse a con su presa, la dejó a mi lado. Esta vez no me atreví a rechazarla. Le dí las gracias y miré con desconcierto al gato, de un parduzco oscuro, era salvaje -no cabía duda...-
- ¿Qué hago yo con esto?
Me imaginaba cortando las manitas del gato y arrebatándole la piel, las tripas... Pero ¡Cómo le explico a mi mujer que nos vamos a comer un gato! En nuestra cultura los gatos son mascotas, no alimentos (¿Cómo le explico eso a esta pequeña rapaz!).
Por otro lado... ya está muerto, sería un desaire (no sólo hacia el ave cazadora, sino ante la Madre Tierra) dejar que se pudra sin más...


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Un oso grizzly bailaba sobre sus dos patas traseras, bajo mi ventana. Mientras repartía zarpazos sangrientos en la cara de gente que miraba. Todos reían: En cuclillas para recoger sus propios ojos, sus tripas... Los violines y acordeoncillos no dejaban de sonar... más y más fuerte. Y el oso no paraba de girar, destruir... picando carne para las alborotadas gaviotas, gaviotas sin alas, sobre un suelo de tierra gris coagulada.

domingo, 25 de noviembre de 2012

Delfines de ciudad

Sintió una cálida humedad en los pies:
Cuando bajó la vista al firme del salón... quedó absorto en el agua transparente que le cubría hasta las rodillas. Las diminutas olas reflejaban bucólicos rayos de sol. El parquet parecía recién encerado. -¿Cómo había llegado ese agua allí?- Resultaba increíble que un pequeño piso interior, en medio de Madrid, pareciese más una paradisíaca isla del Caribe.
Al mirar hacia el pasillo, pudo ver cómo dos delfines se acercaban felices, haciendo toda clase de cirigonzas, riendo, cantando...
Nadaban a su alrededor como alegres cachorritos. -Ven aquí pequeñín!- Les gritaba y silbaba para que saltasen: -Más alto! Una voltereta!- Eran incansables.
De pronto, cayó en la cuenta de que había demasiados muebles en la sala. -Los delfines podrían herirse.- Pensó.

Se escuchó un gran golpe y, luego, sólo calma: Uno de los delfines se había hostiado contra la mesa más sólida del salón (con diferencia el mueble más caro de aquella ratonera). Flotaba inmóvil. -¿Estaría muerto?-
Su compañero le observaba extrañado, sin saber qué había pasado ni qué hacer. Así que él, el humano, el único ser inteligente y con capacidad de raciocinio de la sala, se acercó al delfín herido y comenzó a zarandearlo, con la intención de hacerlo reaccionar. Y lo hizo! no estaba muerto! sólo conmocionado.
Se alejó para dejarle espacio. Parecía drogado (nunca había visto un delfín drogado, pero seguro que se movía como lo hacía el delfín de su salón).

Aún así, el desasosiego le removía las entrañas: sabía que algo no iba bien, que lo que acababa de presenciar debía tener consecuencias, y que estas serían oscuras y dolorosas... La sala había dejado de ser una apacible isla del Caribe y había vuelto a convertirse en el sucio nido de cucarachas de siempre.
El delfín sacudió bruscamente la cabeza -en un espasmo casi diabólico-. Un hilo de sangre brotó de su hocico. En el agua la sangre resultaba mucho más escandalosa. Después: otro espasmo. Empezó a vomitar sangre, en coágulos y borbotones. Todo se tiñó de rojo.

Tenía que hacer algo! Y rápido! El nivel de agua descendía... Cogió en brazos al delfín herido, el otro le seguía inexpresivo.

En la salida del edificio, el portero charlaba tranquilamente con uno de los vecinos mientras sostenía el cepillo entre las manos (frente a un montón de ocres hojas fruto de un soleado día de otoño). -¡Deprisa!! ¿Puede llamar a una ambulancia? Este delfín está mal herido, hay que llevarlo a un veterinario!- Félix, el portero, no se extrañó lo más mínimo; llamó a una ambulancia, que se presentó a los pocos minutos. Durante la espera hablaron de los escasos veterinarios de delfines que existían en la ciudad. -Antes no era así, antes a la gente le encantaba los mamíferos marinos: focas, cetáceos, nutrias y manatíes... los parques estaban siempre llenos de familias con sus mascotas. Pero con la crisis...-
-¡uuuuh, uuuuh!¡niinoo,niinoo! - Uf! Por fin la ambulancia.- Los operarios montaron al delfín herido en una camilla, el otro permanecía a su lado. No hubo preguntas: la sangre hablaba por sí sola. Les soltaron algunos mensajes tranquilizadores, de esperanza... Y se dilulleron a toda velocidad en el tráfico de la ciudad.

sábado, 3 de febrero de 2007

Un pueblo

Comarca “La Siberia”, dentro de una comunidad: “Extremaydura”. Un pedazo de tierra medio despoblado, dentro de la península “Ibérica”, un lugar entre África y Portugal. Una tierra de conquistadores, el último bastión del caciquismo y sentimientos que manan directamente de la naturaleza salvaje de su gente.
La despensa (tomates, arroz, jamón...) y batería (hidroeléctricas, nucleares...) de Madrid. Uno más de sus parques temáticos a 200Km por la Nacional II. Recogedores de despojos, lameculos de gobiernos centralistas.

Un pueblo que no tiene orgullo ni se reconoce a sí mismo está condenado a la decadencia. No se puede destruir viejos valores sin más, sustituyéndolos por los de otros.
“Destruir, crear, dejar registro de los hechos.” -Eso es la Voluntad-.
Somos lo que comemos. Nos convertimos en lo que tomamos como modelo, en lo que envidiamos.

¿Por qué querer convertirse en humo y estrés? ¿Por qué añorar un mundo deshumanizado dónde las personas no son más que números? ¿Por qué alimentar a un pueblo con el sueño americano? ¿Por qué lo regional y lo típico tiene que ser lo antiguo y no las ideas que manan de la gente que habita la tierra?
Es una inconsciencia dejar que gobierne cualquiera. “Pero el que gobierne que traiga riqueza, trabajo, industria, centros comerciales, viviendas, campos de golf, pantanos, subvenciones... Todo por trabajar poco o nada, si el objetivo es vivir sin dar palo al agua. ¿Para qué crear si luego viene otro y se lo queda?” -Este es el pensamiento que rige a los votantes. La gente a la que se le ha llenado la cabeza con imágenes impactantes del mundo moderno, del mundo al otro lado del pantano, donde las personas “libres” cogen el metro para ir a trabajar, donde hay cines, teatros, grandes superficies -comerciales y de ocio-, aeropuertos, restaurantes, futbolistas, folclóricas...

El progreso debería ser algo más que destruir la Naturaleza, para convertirlo todo a imagen y semejanza del hombre. Y, de paso, que el capitalismo no se base sólo en el consumo exacerbado.

Por suerte, es una tierra extrema y dura, aún se puede vivir un poco al margen. Por suerte, es tierra de conquistadores y muchos prefieren abandonar su hogar, en busca del Dorado, a la Gran Ciudad. Mejor una pequeña aldea de irreductibles Siberianos que títeres de la Globalización y lo urbano.